Pau: cómo se iban a equivocar Phil Jackson, Popovich y Pat Riley

Lakers y Celtics son las dos franquicias más grandes de la historia de la NBA, y ni siquiera hay mucha discusión posible al respecto. Cada una tiene los mismos 17 anillos que acumulan entre las tres siguientes con más (seis Golden State Warriors y Chicago Bulls, cinco San Antonio Spurs). Sus batallas son los huesos de la NBA, los cimientos de un edificio que apenas se tenía en pie, amenazaba derribo, cuando llegaron Magic Johnson y Larry Bird y que hoy se puede permitir acabados lujosos, remates en oro. Un tomo esencial de la historia del deporte estadounidense, Lakers y Celtics se han enfrentado en doce finales de la NBA. Cinco de ellas se han resuelto en la trinchera electrificada del séptimo partido. En la última, en 2010, los Lakers se agarraron como pudieron al título en el Staples Center, sufriendo como condenados en un partido durísimo que acabó con más golpes y ataques de nervios que puntos (83-79). En el que Kobe Bryant casi fue sepultado por una presión infernal (6 de 24 en tiros) y en el que se alzó, casi hecha jirones, la figura de Pau Gasol: 19 puntos, 18 rebotes, 4 asistencias y más de 42 minutos en pista. En la eliminatoria, 18,6 puntos, 11,6 rebotes, 3,7 asistencias y 2,6 tapones. Y este broche de Phil Jackson, seguramente el mejor entrenador de la historia: “No habríamos ganado sin Pau Gasol”.

Destacado en la fotografía, rol de protagonista principal, de una de las escenas premium del deporte mundial, un séptimo partido por el anillo entre Lakers y Celtics, Pau Gasol navegaba por el nudo central de una carrera tan excepcional que consiguió, y seguramente sea el más difícil todavía, que normalizáramos lo asombroso. Antes de él, la historia de la NBA en España se limitaba a 146 minutos de Fernando Martín, un hombre en el espacio en los lejanos años 80. Después llegó la invasión, el puente aéreo. La Selección pasó de ganar de cuando en cuando a quedarse sin sitio en las vitrinas, convertida en uno de los grandes nombres de la historia del baloncesto FIBA. Y en la NBA, después de coser su nombre al de los Lakers y Kobe Bryant, más que un compañero, fue all star en representación de los Bulls que habían sido de Michael Jordan y jugó en los Spurs de la eterna dinastía a las órdenes de Gregg Popovich, otro que podría ser el mejor entrenador de la historia.

Como Pat Riley, que de los banquillos pasó a los despachos y construyó en Miami Heat aquella supernova que ganó dos títulos con LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh. En 2014, cuando se enfrentaba a lo imposible, su plan para intentar que LeBron abortara su regreso a Cleveland pasaba, entre otros movimientos, por el fichaje de Pau Gasol, que con 34 años seguía siendo un nombre que podía influir en los grandes corrimientos de tierra que rediseñan caprichosamente, cada verano, el mapa de la NBA. Los halagos de Phil Jackson, el encuentro con Gregg Popovich, el cortejo de Pat Riley… La certeza de que Pau Gasol fue un jugador trascendental en la NBA durante más de una década en la que, además, sembraba el terror cada vez que se ponía la camiseta de una España que, con él como estandarte, pasó de intentar derribar a gigantes a ser el gigante. Un tiempo en el que nuestro baloncesto alcanzó tantos hitos, subió tantos ochomiles, que sencillamente acabamos por normalizar lo asombroso. Y ese, por encima de todos, puede que sea el gran legado que deja Pau Gasol. Inmenso, insondable: algo que hemos vivido y con lo que se frotarán los ojos los que vengan a partir de ahora. Algo nuestro, para siempre.