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¿Qué lleva a un tipo que tiene dinero para mantener a su familia hasta el siglo que viene, cuyos bisnietos tendrán la vida solucionada, a jugar allá donde los equipos se confunden y solo valen lo que indican sus presupuestos? Los futbolistas son trabajadores. Lo son porque sus predecesores lucharon por ello, cuando se lesionaban y quedaban tirados, sin pensión, ni bajas, ni ningún derecho. Lo son, trabajadores, porque lucharon por sus derechos, llegando incluso a la huelga.

Convendremos, no obstante, que son un tipo de trabajadores especiales, en el sentido en que su trabajo es jugar. Además, hay unos cuantos, privilegiados, que cobran mucho dinero por hacerlo. No sé si a partir de qué cantidad es una falta de respeto llamar trabajador a un trabajador. ¿A partir de doscientos mil euros anuales? ¿Del medio millón? ¿Del millón?

Estos últimos son los que me intrigan: aquellos que han ganado suficiente para volver a convertir su trabajo en un placer. ¿Por qué siguen jugando por dinero? ¿En qué punto la pasión por el balón quedó en segundo plano? Me parece muy comprensible que un joven jugador que comienza a despuntar se deje seducir por los petrodólares, que en su escala de decisión el sueldo sea lo más importante. Pero, uno que lleva seis o siete años cobrando tres, cuatro, cinco millones de euros por temporada, uno que puede elegir el destino que quiera, ¿cómo termina con sus huesos en un desierto futbolístico?

Si yo fuera uno de ellos, qué alegría al quedar libre. Tiene que ser la leche, tener el mundo del entero a tu disposición. Girar un globo terráqueo y detenerlo con el dedo índice y pensar que, si quisieras, podrías jugar mañana mismo allí, en una ciudad preciosa, en un club grande en un momento delicado donde te recibirán como un salvador, en un nuevo proyecto que se alimenta de ilusión, en el equipo que animaste de niño, o ese con el que jugabas al Football Manager. Tiene que ser una maravilla, tener treinta y pocos años y decidir dedicar lo que queda de tu carrera laboral a jugar, olvidar el dinero y las obligaciones, y volver a ser como un niño que corre feliz tras una pelota.