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Una Eurocopa de equipos, no de estrellas

Hace pocos días leí en El País un artículo del filósofo alemán Wolfram Eilenberger, de título ‘La mejor versión de Europa’. Un largo, bello y razonado elogio al papel del fútbol y de la Eurocopa como espacio de relación en el continente. En esta edición más que nunca, porque vivimos una Eurocopa sin fronteras, que enlaza capitales lejanísimas con sus saltos aéreos. El autor terminaba apostando, un poco irónicamente, por la victoria final de Inglaterra en la esperanza de que ese título les hiciera sentirse un poco menos ‘brexiters’ y marcara el inicio del camino de retorno a la casa de todos. De momento Inglaterra está entre los cuatro supervivientes.

Los días entre la publicación del artículo y la fecha de hoy han venido a darle la razón. Da gusto ese ir y venir de equipos y aficiones, desafiando (a veces con un puntito de temeridad, hay que reconerlo) a la pandemia. De paso, Neuer ha dado un grito silencioso en favor de la diversidad sexual que seguro que habrá hecho pensar a muchos en Hungría y la URSS, cuyos dirigentes se muestran aún tan cerriles en este asunto. (Y en otros). Respecto al puro fútbol, está resultando formidable. Los cuatro semifinalistas juegan al ataque, buscan el gol aunque tengan ventaja en el marcador, juegan con audacia, nobleza y constancia.

Y está siendo el triunfo del fútbol colectivo, por encima del fútbol de figuras, cuyo máximo respresentante era Francia, con sus jóvenes campeones del mundo caídos en pecado de vanidad. Entre los cuatro semifinalistas es difícil encontrar un aspirante al Balón de Oro, una figura que merezca el elogio de mejor jugador del mundo. Más bien son lo contrario, equipos homogéneos cuya ley no es dádmela a mí que lo arreglo, sino el uno para todos y todos para uno. Como el VAR está siendo mucho menos pelmazo de lo que lo conocemos aquí, estamos viviendo una Eurocopa que se sitúa a la altura del elogio de Eilenberger en su artículo.