Entre las maneras de perder una Liga el Barça está escogiendo la más dolorosa. La falta de alma, sobre todo en la primera parte ante el Atlético, machaca más el ánimo de la afición que cualquier otra cosa. Ese salir a jugar como si no fuera con ellos, esa falta de presión, de pulso, saca de quicio a cualquier culé porque le resulta incomprensible. Luego llegan los análisis y unos disparan al planteamiento conservador de Koeman, otros a la mala planificación de la plantilla y el de más allá al físico de una plantilla que había tenido una semana limpia que aprovechó para saltarse los protocolos COVID a la torera con un asado en casa de Messi. Todos tienen razón y ninguno se equivoca, pero lo fundamental, la clave, es que saltaron al césped a verlas venir y para eso no hay explicación que valga.

Cuando pudieron depender de sí mismos la pifiaron contra el Granada, cuando han tenido delante a rivales directos sólo han logrado un punto en los cuatro enfrentamientos con Madrid y Atlético y cuando por fin hay un presidente en el palco -aunque sólo sea para ver al equipo masculino- el Barça sigue sin tener a un líder porque Laporta ha escogido el silencio como respuesta a todo vaya usted a saber por qué cuando de labia va sobrado. Y aún así, pese a todo, todavía no están muertos, pero conozco a culés que tuvieron ideas impuras en el último córner que lanzó el Atleti en el Camp Nou. Porque si era cuestión de diñarla, qué menos que escoger cómo y no hacerle así un favor al Madrid. Son los mismos que festejaron como un título propio que los de Zidane cayeran ante el Chelsea. Esos que hasta no hace mucho proclamaban con orgullo que su equipo se había sacudido por fin el victimismo y no quisieron ni mirar el partido en Valdebebas ante el Sevilla hasta que Fernando marcó en el 22'.

Al Barça, en fin, parece habérsele olvidado que todavía puede ganar el campeonato en lugar de empeñarse en perderlo. Que nada está escrito y, sobre todo, que así no y ahí tienen al Madrid para demostrar que las maneras, importan.