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Únicamente dos ciudades con menos de 50.000 habitantes han alcanzado una gran final europea: el Bastia francés, de Córcega, actualmente con 47.000 y el Mónaco de 39.000. Aunque el Villarreal (50.000) ya tiene dos Intertotos, si ganase la Europa League, sería la ciudad más pequeña en conquistar un gran título continental. Resulta extraño que su llegada a la final apenas haya desatado portadas o espacio en televisión. Y el mérito es descomunal. Precisamente, una de las grandes críticas que se hizo a la Superliga es que quitaban la oportunidad a los equipos "pequeños" de ganar a los "grandes". Y cuando, por fin, un equipo de una ciudad más pequeña que Getafe brilla en medio de los millonarios clubes ingleses apenas es noticia.
Los mismos que critican el proyecto de Florentino, cuando suceden cosas al margen de los potenciales miembros de la Superliga, tampoco prestan atención. Así que, tal vez, Florentino tenga razón y debieran jugar los ricos entre sí, porque parece que los clubes modestos sólo son mera decoración para una obra con protagonistas claros. Las cámaras siempre apuntan al mismo sitio. Es como en la música, ¿de qué sirve quejarnos de los grandes festivales que programan a las mismas bandas si luego no vamos a ver conciertos a las salas de nuevos artistas?
El Villarreal es un equipo que trabaja de fábula, un semillero con una ciudad deportiva espectacular que cuida con mimo la cantera. También es un club atento a los social, que rebaja el precio de los abonos de los socios que están en paro. Y cuenta con un director de relaciones institucionales de primera: Marcos Senna, once años de jugador en el club y uno de los artífices del fútbol de seda de la Selección en la Eurocopa 2008. Dice mucho del carácter hogareño, cercano y hospitalario del club: alguien que viene desde fuera, que sufre un calvario de lesiones nada más ser fichado y que termina siendo fundamental en la casa. El Villarreal es mucho más que una nota a pie de página. El 26 de mayo puede ser un capítulo entero.