Sombrerazo, Sir Lewis
Lewis Hamilton logró su pole 100. Una cifra redonda, histórica, que no tardará en conseguir también en victorias en grandes premios, donde ya suma 97. Números galácticos, imposibles de alcanzar sólo con un buen coche. Justificar los éxitos de Hamilton únicamente por la categoría del monoplaza es tener las miras cortas. Basta con comparar su historial con el de aquellos que compartieron equipo. Fernando Alonso, que fue compañero y rival, ha elogiado su mérito esta misma semana. "No sé si se valora suficientemente todo lo que está haciendo, doy mucho crédito a Lewis", dice el español, que apoya sus palabras en que el Mercedes ya no es tan dominador y en la regularidad del británico, que rinde en todas las circunstancias, "en lluvia y en seco, cuando Red Bull está cerca y cuando no, y eso sólo se puede hacer si estás al máximo". Este curso hay cierto consenso sobre el potencial de Max Verstappen y, sin embargo, el inglés le batió en Bahréin, cuando el holandés parecía el mejor, y le devolvió un adelantamiento en pista en la última carrera de Portugal. Hamilton rebosa calidad.
El heptacampeón arrastra el lastre de la superioridad de su coche. Un estigma que en España se añade a la mala imagen creada tras competir internamente con Alonso en McLaren en la temporada de su debut, en el Mundial de 2007, que terminó delante del asturiano, acusado de trato de favor en la escudería de Woking. El alonsismo preponderante nunca le ha perdonado aquello, ha entrado en continuas comparaciones que con el tiempo han perdido todo sentido y ha minusvalorado constantemente los éxitos de un campeonísimo. Que Alonso haya sido un grande de la Fórmula 1, con aspiraciones inminentes de reverdecer viejos laureles, no quita para que Hamilton también lo sea. No hay incompatibilidad en ello. Es hora de quitarse la venda de los ojos. Y también el sombrero, Sir Lewis.