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Arrancó la semana con las llamas de una frase racista que los desesperados intentos para apagar el escándalo han avivado aún más. El humo del largo silencio ha sido muy elocuente. Y es que el fútbol, en general, encierra lo mejor y lo peor de nosotros mismos, tal vez por eso lo amo y lo detesto a la vez. Es uno de los deportes más crueles porque no siempre gana el mejor y el azar es un jugador más. Además, la justicia -institucional o arbitral- siempre se posiciona a favor del más fuerte. Pero, de vez en cuando, surgen actos heroicos y nobles que nos reconcilian con el ser humano.

Vemos constantemente cómo los equipos grandes reciben balones de oxígeno cuando más lo necesitan. Un Madrid en horas bajas jugó contra el Atalanta con un hombre más desde el minuto 17. Esa ayuda puede valer una Copa Europa. El Barcelona, en apuros contra el Valladolid, vio cómo se le abría el cielo con la injusta expulsión de un rival. Esa roja puede equivaler a una Liga.

Sin embargo, en los peores momentos, la gente humilde saca lo mejor de sí misma. El Mirandés de Segunda División, con 10 bajas por el virus, rompió la imbatibilidad del Sporting en El Molinón. Y el Valladolid acudió al Camp Nou con 12 bajas (entre COVID, lesiones y sanciones) y firmó un gran encuentro. El mismo VAR, que en una sospechosa dejación de funciones reventó al Atlético de Madrid contra el Sevilla (y que le puede costar la Liga) corrigió con buen criterio al árbitro de la final de la Copa del Rey para no expulsar a Íñigo Martínez. Después de esa misma final vimos celebraciones de muy mal gusto, pero no se puede obviar que el presidente Jokin Aperribay fue tan grande en la victoria como Muniain en la derrota

Ayer en Valdebebas, Van Dijk no pudo estar porque el guardameta del Everton le rompió el ligamento cruzado de la rodilla. Sergio Ramos tampoco pudo pisar el césped, pero esa lesión se la causó él mismo. El hombro de Salah se lo agradeció. Y es que lo más bello del fútbol es arrimar el hombro.