¡Que nos devuelvan el mes de abril!

Muchos sabéis de mi amor por el Atleti, y algunos sabéis de mi amor por el Athletic. Ya conté hace tiempo aquí que mi padre, granaíno de Santa Fe, empujaba para que su hijo chico fuera del Atleti, mientras que mi madre, bilbaina de Sodupe, también empujaba, pero mucho menos, para que su hijo fuera del Athletic. De ahí viene mi amor por el equipo vasco, mi otro equipo. En mis álbumes de cromos cuando era cachorro amaba los cromos del equipo de Bilbao, me parecía más bonito ese pantalón negro que uno azul, y miraba durante horas y más horas los cromos de Iríbar, los cromos de Rojo, los de Uriarte.

Mis dos Atléticos, o mis dos Athletics. Mi orgullo de medio vasco anda estos días por las nubes ante la hazaña de los leones. Escuchas una alineación del Athletic y parece la lista de un grupo de amigos de un barrio de Bilbao. O un cura pasando lista en un colegio de los jesuitas de Barakaldo. Es un equipo realmente ejemplar. Darse un paseo por el centro de Bilbao un día de partido en San Mamés es todo un espectáculo. Esa ciudad hermosísima plagada de banderas en tiendas, bares y balcones es un canto al amor por unos colores. Un bellísimo canto. Por todas estas cosas soy muy del Athletic, por el cromo de Iríbar, por los pantalones negros del uniforme, por los balcones engalanados con banderas rojiblancas, porque sé que son la casa madre de mi otro Atleti, por las antiguas medias con rayas rojiblancas horizontales, etcétera.

Ya que nos han robado el mes de abril tan a menudo, habría sido fantástico que en dos finales consecutivas se lo hubieran devuelto a ese equipo y a esa afición. Ninguna afición, ningún equipo merece tanto ostentar el título de Rey de Copas como el glorioso Athletic de Bilbao. Así que en estos días de finales raras me vuelvo en mis ratos libres más de mi madre que de mi padre. Ojalá vuelva el público pronto a los estadios, seguramente una final de Copa del Rey es el espectáculo que más sufre la ausencia de aficionados. ¡Enhorabuena de todo corazón, Real Sociedad!