El Barça no encuentra la paz

Mientras el Athletic celebra con justicia un gran título, el Barça siente que se le va fijando cara de perdedor. Este título hubiera sido un buen bálsamo tranquilizador en días en los que hace muchísima falta. La noticia de que se atrasan las elecciones, retraso cuya causa muchos entienden ajena al club y fruto de la fea lucha en el tablero mayor de la polémica más que imposición de la pandemia, es mala para el club. Se alarga la interinidad, se atrasan las soluciones, incluso se va a llevar por delante la posibilidad del fichaje de Eric García por 5+5 millones. No hubo consenso entre los candidatos en la reunión en la que supieron del aplazamiento. Una pena.

Este título, que antes era menor pero que con el nuevo formato ya no lo es (sólo hay que ver las consecuencias que tuvo para el Barça el año pasado), le hubiera venido muy bien a Koeman para serenar al entorno e ilusionar a la propia plantilla. Pero la Copa se fue a Bilbao, ganada merecidamente por un equipo mucho más entusiasta, agrupado en torno a Marcelino, cuya capacidad de contagio ("los chicos están como cañones", declaró en la víspera) contrasta con la circunspección de Koeman, al que tampoco dejó en buen lugar el reclamo de Griezmann sobre la falta de organización de la defensa ante los saques de faltas sobre el área propia. Sal en la herida.

Y Messi. ¿Por qué jugó? Porque él quiso, sin duda. Recordé uno de los últimos partidos del Manzanares, cuando acababa de ser padre, viajó por esa causa mal dormido y no salió de inicio. Cuando compareció a media hora del final, todo se alteró. Un escalofrío recorrió el espinazo de todos los atléticos, en la grada o en el campo, y el Barça ganó con gol suyo. Pensé que ese podría ser su papel en la final ayer, pero jugó de salida y fue para el equipo como una caja de cambios averiada en un coche. Pagó su frustración primero con un cate a Dani García, que ha gozado de disimulo general, y luego con un puñetazo espaldero a Villalibre que le dejó en muy mal lugar.