La enfermedad del Barcelona
En cualquier enfermedad, en cualquiera, la clave está en el diagnóstico. Cuanto antes se identifique y se sepa qué está pasando, mejor. En el Barça desde hace tiempo son especialistas en negar incluso la mayor: que existiera una enfermedad. Hasta Bartomeu después del 2-8 ante el Bayern se atrevió a decir que tenía detectado el problema desde hacía tiempo y que en breve se encargaba de solventarlo justo antes de que Messi le enviara un burofax. Ahora se le exigen cuentas a Koeman cuando tengo la sensación de que, al menos, es el único que ha sido capaz de hacer un diagnóstico de la situación. "Me importa más ganar los partidos que cómo ganarlos", soltó tras la victoria ante el Levante. ¿Que hace daño a los oídos? Sí. ¿Que había un equipo aterrorizado con un 1-0 en el marcador? Sí. ¿Que sustituyó a Griezmann por Umtiti en el 89' porque no lo vio nada claro y quería además ganar tiempo? Sí. ¿Que esto no es el Barça? También. El holandés ya tiene un análisis basándose en los datos y en los hechos y actúa en consecuencia.
A estas alturas Koeman no debería tener que enseñarle a Jordi Alba cómo lanzar un saque de banda, que fue lo que pasó en Cádiz con la colaboración estelar de Lenglet y Ter Stegen. El mismo Alba que tras achicar agua ante el Levante salió tan pichi, en plan orgulloso, a soltar: "Hoy sí que hemos dado la cara, hemos hecho un gran partido". Al entrenador se le puede pedir que explique por qué se empeña en Coutinho o por qué defiende un sistema un día antes de cambiarlo, pero no echarle en cara que tres puntos ante el tercero por la cola le parezcan agua bendita.
Los días de gloria; ese Barça que daba miedo, que no rifaba la pelota, que tenía una idea, ya son historia. Historia reciente, pero historia. Ahora lo único que importa es agarrarse a las victorias sean como sean porque están muy malitos y al menos hay que frenar una caída al vacío, una agonía, que parece no tener fin. Koeman tiene un diagnóstico y eso ya es más de lo que tenía el último presidente