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Paolo Rossi, seis goles para la gloria

El Mundial de España, el de 1982, parecía señalado para la explosión de Maradona, que llegó a él recién fichado por el Barça, pero en la fiesta se coló un tal Paolo Rossi. Hasta entonces no era conocido por el gran público. Sí por el aficionado entendido, que le conocía como delantero escurridizo y hábil de los que aparecen en el área donde y cuando no se les espera para meter goles que parecían puñaladas de pícaro. Uno más de los buenos jugadores del momento, sólo eso, con un pasado ensuciado por una suspensión de dos años por prestarse a un manejo de apuestas cruzadas. Un escándalo mayúsculo que arrastró a muchos jugadores.

Rossi se levantó de aquellas cenizas justo a tiempo para llegar al Mundial. Enzo Bearzot, un sabio colgado de una pipa, le tenía una fe inquebrantable, así que fue su delantero centro sin objeción posible. No marcó ningún gol en la fase de grupos, que Italia pasó de milagro, sin ganar ningún partido. Tampoco marcó en el primero de la liguilla de cuartos, ante Argentina. Pero a partir de ahí se quedó con todo. Le hizo tres goles a Brasil, que todo el mundo presentía (y deseaba) campeón. Luego, dos a Polonia en semifinales. Y cerró con uno a Alemania en la final. El primero, el que vale por tres, según decía Di Stéfano.

Así ganó Rossi nuestro Mundial. Maradona tuvo que esperar al siguiente. Ahora ha sido Maradona el que ha pasado por delante, pero tras él se nos ha ido Rossi y vuelve el recuerdo de aquellos días que vivió en tal estado de gracia que parecía capaz de curar un enfermo con tocarlo. Le conocí en el 90, en condiciones chuscas. Metido en el mundo de la publicidad, buscaba contactos en Canal + y apareció en una discoteca en la que celebrábamos no nuestra salida, como él creía, sino ¡que el Gobierno nos había dado una prórroga para retrasar dos meses la salida! “Por cosas así me siento en España como en Italia”, me dijo entre risas.