NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Donde las buenas noticias sí son noticia

En su íntima esencia, el deporte no es sino la exaltación de los valores físicos y morales de la especie. Así lo vi siempre. Un desafío para mejorar el físico, pero también la lealtad a ese acuerdo que son sus reglas, y un desafío para la propia personalidad: saber ganar y saber perder; admitir, con Tagore, que el triunfo y la victoria son unos impostores.

En el espectáculo deportivo, y en su narración, buscamos lo mejor de lo que queremos ser. Vemos a nuestros congéneres más dotados llegar donde nos hubiera gustado, o donde algún día la juventud perdida nos permitió llegar. Y consumimos la narración deportiva, en cualquier de sus medios, como una forma de exprimir más esa sensación de que podemos ser mejores, de que la Humanidad avanza en sus plusmarcas, en su excelencia, en sus permanentes récords de concordia.

Alguien escribió, siento no recordarlo, que "las primeras páginas de los periódicos suelen estar ocupadas por los fracasos de la Humanidad; para encontrar sus logros, hay que ir a las paginas deportivas". O a las portadas de los diarios deportivos, se podría añadir. Y así es. Recuerdo que cuando mis hijos empezaban a tener uso de razón y en la hora de comer veíamos el telediario me sentía a menudo espantado: bombardeos en los Balcanes, inundaciones en China, trenes que descarrilan en India con cientos de muertos, una chica desaparecida en tal o cual punto de España, casi con seguridad destinada a la violación y a una muerte atroz, el portavoz del partido político A diciendo que los del partido B roban, el portavoz de estos replicando que los que roban son los del A, y tú convencido de que los dos dicen, por una vez, la verdad. Todo el tiempo estaba deseando que llegara el espacio deportivo, el único en el que mis infantes podían encontrar estímulo para mejorar, para vivir.

No es extraño que la sociedad haya abrazado con tanto afán el periodismo deportivo, que en mi país tiene un excelente desarrollo, dicho sea de paso. Y tampoco es extraño que el periodismo deportivo haya sido estímulo para mejorar las distintas técnicas que han venido a apoyar desde antiguo a la información.

Viejos semanarios deportivos fueron el primer espacio que abrió sus páginas a abundantes fotografías, y la demanda de cámaras más capaces de captar con fidelidad los instantes de tal o cual competición ha contribuido más que nada al progresivo desarrollo de la fotografía. También el deporte estimuló la difusión de radios en las casas con la llegada de las transmisiones deportivas en directo, que aparecieron hace ya más de un siglo, y que a su vez proponían un nuevo desafío, salvado con éxito, a los técnicos que desarrollaban la magia de Marconi. Y lo mismo ocurrió unos años después, cuando empujó el desarrollo y la instalación de televisores con el señuelo de las transmisiones deportivas, que se inician antes de la II Guerra Mundial. Asistí a ese fenómeno en mi país, España.

En 1960, la implantación de la televisión en España era muy escasa, y su primer tirón había sido la transmisión en directo de un Barcelona-Real Madrid en 1959, tiempos de Kubala y Di Stéfano. Para 1970, no faltaba en ningún lugar. Incluso los paisajes de chabolas de las afueras de las grandes ciudades tenían su característico bosque de antenas en los tejados de chapa o uralita. Los empujones fueron el Mundial de 1966, primero que se emitió en directo por satélite en todo el mundo, la persistencia presencia del Real Madrid en la Copa de Europa, tanto de fútbol como de baloncesto, y la Copa Davis de tenis, deporte que entró en este país por los éxitos de Santana en ella.

Vivo en un país en el que por desgracia el pensamiento dominante miró el deporte con sospecha. Antes de nuestra guerra, porque aún dominaba un cierto desdén a los extranjeros (el "que inventen ellos" de Unamuno) y después de ella porque el franquismo lo abrazó como causa de propaganda con tanta retórica barata como malos resultados.

Los intelectuales de izquierda consideraron el deporte como opio del pueblo, como pañuelos de colores que Franco movía ante nuestros ojos para tenernos entretenidos y acríticos. No se pararon a mirar más allá de los Pirineos para comprobar que en las democracias que nos rodean el deporte tenía un desarrollo y un seguimiento formidables. De hecho, pasado ya casi medio siglo de la muerte de Franco, en España el entusiasmo por el deporte no ha hecho más que crecer y crecer.

Cuatro de los diez diarios deportivos de mayor difusión en el país son deportivos, los programas de radio sobre deporte están entre los más seguidos y en la televisión abundan transmisiones en todos los canales y de los cien programas más vistos de cada año, más de noventa son transmisiones deportivas.

De hecho, España presentó al mundo su nueva cara de joven democracia a través de los brillantes JJOO de Barcelona, en 1992, un éxito de organización y de logros deportivos. Allí descubrió el país entero la potencia benefactora del deporte y de los medios que distribuyen su mensaje a todos los hogares.

Por otra parte, el periodismo deportivo ha contribuido de forma muy directa a la propia extensión del deporte. Los primeros redactores eran apóstoles de la buena nueva, que colaban en los periódicos de hace un siglo pequeñas notas de encuentros aquí o allá, convocatorias para próximos enfrentamientos, informaciones sobre reglamentos, cortas entrevistas… Un diario inglés creó y convocó la primera FA Cup (la copa de fútbol de Inglaterra) y hasta puso el primer trofeo. En España es célebre el recorte de periódico en el que Hans Gamper, suizo fundador del Barça, convocaba a quienes estuvieran interesados en el fútbol para crear un club en la ciudad.

Y en Francia, un diario llamado L’Auto creó el Tour de Francia, la prueba ciclista por excelencia, que se ha mantenido viva, sin más interrupción que las dos grandes guerras, hasta hoy, porque aquel periódico no es otro que L’Equipe, que adoptó este nuevo nombre en 1945. Y con este nuevo nombre creó la Copa de Europa de fútbol, hoy Champions League. Una iniciativa formidable, anterior al tratado de Roma, germen de la unión europea. El primer paso a la reconstrucción de los lazos entre europeos en el lejano 1955, cuando aún se retiraban los cascotes de una guerra terrible. Aquella iniciativa unió a democracias y dictaduras, a capitalistas y comunistas, a monarquías y repúblicas, a católicos, evangelistas, ortodoxos y musulmanes. Se jugó a caballo de un Telón de Acero, como lo definió Churchill, que tuvo el continente partido hasta la caída del muro de Berlín.

Así que el periodismo deportivo no sólo es entretenido, también es necesario. Y el ejercicio del mismo resulta extremadamente grato. Nos pone, a quienes hemos tenido la suerte de practicarlo (casi toda mi vida profesional la he desarrollado en ese terreno) en contacto con triunfadores, con modelos, con jóvenes a los que se tiende a ver como favorecidos de la gloria y la fortuna, pero que para llegar a ello se adiestraron en horas y horas de entrenamiento duro, conviviendo con el dolor, la fatiga y a menudo con la soledad. Y que para llegar tuvieron que forzar su límite muchas veces, y reponerse de los fracasos que siempre acechan.

Es un periodismo, por fin, que se escapa del viejo adagio según el cual sólo las malas noticias son noticia. En el periodismo deportivo, las buenas noticias son noticia. Devuelve a la ciudadanía el optimismo y la autoestima. Eso lo hace imprescindible.