La eterna reconstrucción del método Gasperini
La semana pasada se enfrentaron en un partido entre grandes clásicos de la Serie A el Milan y la Roma. Uno se sentaba ante la pantalla dispuesto a degustar el encuentro, que tenía como gran aliciente la desesperada carrera contrarreloj de ambos contendientes por alcanzar sus objetivos europeos, y se daba cuenta de un hecho singular: el campo estaba lleno de ex jugadores del Atalanta. Entre los 22 protagonistas, había seis. Tres por equipo. Giacomo Bonaventura (Italia, 1989), Andrea Conti (Italia, 1994) y Frank Kessié (Costa de Marfil, 1996) en los locales. Gianluca Mancini (Italia, 1996), Leonardo Spinazzola (Italia, 1993) y Bryan Cristante (Italia, 1995) en los visitantes. El dato confirmaba algo que ya sabíamos: la escuadra de Bérgamo viene trabajando de forma modélica en los últimos tiempos tanto en sus categorías inferiores como en su secretaría técnica. Los gigantes de la liga se fijan en ellos y se los llevan ofreciéndoles sueldos más altos y, en principio, objetivos deportivos superiores. Pero lo que aquí más llama la atención es que, a pesar de estas operaciones que responden a la lógica del fútbol en la que el pez grande se come al pequeño, el Atalanta sigue estando por encima del Milan y la Roma si miramos la clasificación. Muy por encima, de hecho. Mientras espera a que llegue agosto para disputar los cuartos de final de la Champions League tras eliminar contundentemente al Valencia, tiene prácticamente garantizada su presencia en la edición del año que viene: le saca doce puntos al quinto clasificado. Y los otros dos tendrán que verla de nuevo por la televisión -salvo que los giallorossi levanten la Europa League-.
Sin esos nombres tan interesantes que en su día parecieron debilitar el proyecto de Gasperini cuando se alejaron de Bérgamo para firmar por clubes superiores -todos salvo Bonaventura vistieron la camiseta de la Dea durante el mandato del actual entrenador-, el Atalanta sigue ganando. Ha firmado un pleno de cuatro victorias desde el regreso de la competición tras una pandemia que afectó de manera especial a su ciudad, uno de los grandes focos en Italia y en Europa. El triunfo (2-0) el pasado jueves sobre un Nápoles que también llegaba enrachado acabó con cualquier esperanza del conjunto partenopeo de reengancharse a la pelea por un puesto Champions a final de temporada.
¿Y cuál es el secreto de un equipo que se tiene que reinventar cada verano y que esta temporada además ha tenido que compaginar la exigencia de la élite europea con la rutina nacional habitual sin perder el foco? El método. Una manera de jugar muy particular que se explica, por ejemplo, describiendo el segundo gol ante el conjunto de Gattuso. Rafael Toloi, el central derecho en la línea de tres, salió conduciendo y tiró tres paredes para progresar. La primera, con Pasalic, el media punta, que fue a recibir a campo propio. Las dos últimas, con Castagne, el carrilero, que estaba tan adelantado que parecía un extremo. Cuando recibió por última vez, Toloi estaba ya en el área contraria y pudo pasar el balón al carrilero del otro lado, Gosens, que, completamente libre, remató a portería y anotó el 2-0 que resultaría definitivo. Osadía extrema, dinamismo puro y juego combinativo a alta velocidad.