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La metamorfosis de Llorente. Hay partidos que marcan la carrera de algunos futbolistas para siempre. A Paco Llorente le ocurrió en Oporto hace 33 años. Sus dos míticas galopadas, con sendos pasas atrás a Míchel, tumbaron al entonces campeón de Europa. En Anfield cambió la historia de su hijo, Marcos, en el Atlético de Madrid, rematando al vigente campeón continental. Simeone se ha inventado a un segundo punta. El técnico aprovechó de paso para reivindicar que ya mutó al mejor Griezmann de la banda a la zona de gol o que descubrió a Lucas Hernández como central, una decisión que revertió en las arcas atléticas con 80 millones de euros. Nada que objetar al Cholo descubridor. Si acaso, recordarle que a Llorente, además de la posición, lo que le ha cambiado de verdad es la confianza. Más vale tarde que nunca.

El parto de Asensio. Once meses ha tenido que sufrir en silencio el jugador mallorquín para volver a sentirse futbolista en toda su plenitud. Todos los jugadores que regresan de una lesión tan duradera merecen el aplauso por las lágrimas vertidas, la soledad, el dolor mudo. En esas camillas nacen amistades de vida con el fisioterapeuta que te enseña la luz que se atisba inalcanzable y se aprende quiénes son los que de verdad te quieren y no te usan en la vida. En 30 segundos le dio un pase a la red de volea. Le dio tiempo a dejar otro regalo, maravilloso por su sutileza, con el exterior, al primer toque, que Benzema coronó con el mejor gol que veremos en la nueva normalidad.

La bisagra del 30 de junio. La necesidad de acabar LaLiga como fuese y meterse de lleno en el mes de julio choca frontalmente con la finalización de algunos contratos. La pureza de la competición es lo que está en cuestión. ¿Habrá jugadores que se nieguen a jugar más allá de esa fecha? ¿Quién paga a los cedidos como Rafinha o Reguilón cuando ha finalizado el periodo de cesión? ¿Quién asume las connotaciones fiscales para un jugador como Banega que se hubiese marchado al fútbol árabe el mismo día 30?

La lección de Unzué. Máxima admiración por quien decide mostrar su grandeza asomado al abismo de esa macabra lotería. Su sonrisa y su discurso, al conocer su destino, son una enorme enseñanza de vida. Carlos Matallanas, en toda su inmensidad, ya nos mostró los recovecos de ese terrible camino, que ahora empieza Juan Carlos con la sonrisa y la humildad de un gigante.