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El regreso a los orígenes

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La esencia del fútbol. El vacío de las gradas impone casi más que el lleno. El estadio como lugar de peregrinación ha cambiado la mística de este deporte. El espectáculo pierde su alma, el sentimiento de los aficionados que planea en el ambiente, que se expresa en sus gritos, en sus ánimos o en sus silencios, a veces se superpone al propio juego. No debería ser así. Nunca fue lo mismo el envoltorio que el regalo. La esencia sigue estando en el balón, en los veintidós que juegan, en el árbitro o en las porterías. Detrás de ese look desangelado solo se vislumbran los inicios de cualquier futbolista. El fútbol, con público o sin él, no deja de ser una bendición, con partidos buenos y partidos malos por la desigualdad entre los contendientes.

Sensaciones desde dentro. Después de dos meses de confinamiento y apenas tres semanas de trabajo, sin partidos amistosos, sorprendió la capacidad para vaciarse de los jugadores del Sevilla, que corrieron seis kilómetros más que sus eternos rivales béticos, y que mostraron una superioridad manifiesta en número de ocasiones, en el marcador y, sobre todo, en su intención de ganar este primer partido que parece punto de partida, pero que tiene un punto de inflexión para encarar las diez últimas jornadas de la verdad, en los que Luis Aragonés siempre decía que se jugaban las verdaderas castañas de la temporada.

El sonido impostado. La única realidad, más allá de la narración radiofónica, tiene que ver con los gritos de los entrenadores, que tendrán que aprender a medir sus palabras porque ahora se escucha todo y el peso de los jugadores del banquillo, cuyo eco es lo que realmente escuchan sus compañeros sobre el verde, la única referencia exterior para el que está sobre el campo en ese viaje al pasado cuando los futbolistas militaban en categorías inferiores, con apenas 100 personas en la grada. Todo lo impostado no le ha funcionado a la retransmisión televisiva. Las nuevas generaciones exigen entretenimiento o verdad. No hay término medio. Eso, además de hacerles partícipes del espectáculo a través de la segunda pantalla de su móvil, es innegociable para que algo les interese. Ni en el verde, ni en la cafetería ni en el sofá caben las medias verdades de los sonidos enlatados.