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El Everest se desatasca

Una expedición de China coronó esta semana el Everest por su vertiente norte, ya al límite de la llegada del Monzón. La cumbre fue televisada, porque se trataba de un grupo de topógrafos con fines científicos, que intentan demostrar si, como parece, el monte ha bajado de esos 8.848 metros oficiales que se midieron en 1955. Esta expedición también es la primera que huella la mítica cima en el presente curso, y prácticamente la única de la temporada de primavera. El martes lo logró el equipo de fijación de cuerda con seis guías, el miércoles les secundaron los topógrafos, y el jueves lo alcanzó un grupo comercial. No hay más. La razón es que la cara sur está cerrada en Nepal a causa de la pandemia, y sólo se han emitido autorizaciones selectas para la cara norte a montañeros de nacionalidad china.

La inactividad contrasta con la célebre imagen del monumental atasco de hace un año. La foto la tomó Nirmal Purja, que entonces se afanaba, y luego consiguió, en subir los 14 ochomiles en siete meses. Purja simboliza el mismo montañismo que esa congestión. Oxígeno embotellado, cuerdas fijas, escaleras, helicópteros… Negocio. Aquel 22 de mayo subieron 222 personas al monte más alto del planeta. Al día siguiente se pulverizó el récord: 354. Dos registros oscurecidos por once muertes sin mediar accidentes. La alarma causada por aquellas fatídicas y masificadas jornadas obligó a Nepal a tomar medidas para 2020, que no se han calibrado por la parálisis: certificados de salud y de aptitud técnica, currículos, experiencia en el Himalaya… Detrás de la regulación asoma otra realidad: los guías lideraron la mayoría de esas cumbres. Nepal basa gran parte de su economía en el turismo, que mueve 2.000 millones de euros al año, 300 en el Everest. La pandemia golpea hoy el medio de vida de una región. A la par, la montaña se oxigena. Salud y naturaleza frente a economía. Un dilema eterno.