Constantinopla
Hoy debería yo estar a pocos días de viajar a Estambul a ver la final de la Copa de Europa (volvamos a ese nombre de competición tan hermoso, por favor) entre el Atlético de Madrid y algún otro particular.
Iba a ser feliz en Estambul, ciudad que no conozco, paseando por sus callejuelas mientras canturreaba "Estambul fue Constantinopla y ahora es Estambul, no Constantinopla" con mi chaqueta de chándal del Atleti que tanta suerte me (nos) da: siempre que me la puse pasamos eliminatorias difíciles, Chelsea, Liverpool, etcétera.
Iba a llegar al estadio con tiempo de sobra para dar una vuelta de honor al campo pero por fuera, como hacemos los soldados sin graduación, esparciendo al aire maldiciones y conjuros contra el equipo contrario, del tipo "ojalá pilléis unas lombrices en la merienda previa al partido". Algo leve, nunca grave. Simples picores.
Iba a regresar a Madrid feliz y contento al día siguiente tras la consecución de la Copa de Europa gracias a los goles de Koke y Saúl y me iba a ir a Neptuno para abrazarme con gente que no conozco de nada.
Qué cosas. Cómo cambia la vida en todo un planeta en apenas dos meses. Ahora pretenden que vuelvan las competiciones tras esta hecatombe. Pretenden terminar lo empezado sin haber terminado con lo importante de verdad. Eso que mata.
Me parece un disparate, un dislate, y otras muchas palabras que empiezan por "dis" y terminan por "ate" que se regrese a las competiciones mientras no se termine con la febril tarea de asegurar la vida. Entrenamientos raros, concentraciones raras en hoteles raros previas a partidos raros, partidos sin aficionados… algo parecido deben ser los conciertos sin público. O sea, la nada. El vacío.
Los aficionados quedarán alrededor del estadio y lo rodearán guardando dos metros de distancia entre cada uno de ellos, y llevarán una cacerola en la mano para abroncar al árbitro, o al equipo rival, mientras en el campo se escuchan los gritos de Simeone a Diego Costa.