El Clásico de los vasos comunicantes
Del Clásico me queda, entre otras, la imagen de Casemiro golpeando el suelo cuando se produjo el gol de Vinicius. Una imagen-fuerza que explica lo mal que lo ha estado pasando el Madrid estos días, la aprensión con la que esperó el partido, lo cerca que está el recuerdo de esa semana de hace un año por estas fechas en la que, con Solari, quedó fuera de las tres competiciones del tirón. Cuando Piqué dijo que se vio ante uno de los peores Madrid pensaba, sin duda, en algo que había visto en sus caras en el primer tiempo: inseguridad, temor, falta de soltura. Eso le daba atrevimiento al Barça, alimentado por el visible temor del Madrid.
Todo cambió con el gol de Vinicius, que venía siendo, por cierto, el único optimista del Madrid, el único ajeno a esos temores. Con su gol, el Madrid, cuya portería seguía a cero gracias a Courtois, traspasaba su angustia al Barça. De nuevo el Madrid y el Barça como vasos comunicantes, de nuevo el estado de ánimo como desestabilizador de la balanza. El Barça, que anda fastidioso consigo mismo, con la plantilla enfrentada con los dirigentes, con la masa social desconfiando de todo lo que no sea Messi y con éste expresando en su cara todo ese desconcierto, se vino abajo. Ya dijo Piqué que ellos tampoco están para tirar cohetes.
El tiempo ha hecho daño a los dos equipos. Lo que más extraña el Madrid estaba en un palco. Me hubiera gustado verle en el de autoridades, o ya que estaba en el suyo (o de Mendes) le hubiera preferido con la camiseta del Madrid. Pero... Respecto a lo que le falta al Barça, no estaba visible: aquel juego que tejían Xavi e Iniesta y prolongaba tan brillantemente Messi. En busca de eso se defenestró a un buen hombre, Valverde, para traer a Setién como recuperador de una fórmula que quizá no exista como tal, que sólo fue producto de la conjunción de aquellos dos genios y que tan bien supieron explotar Luis, Guardiola y Del Bosque. Tiempo pasado.