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Manchitas de colores

Cuando mi hijo mayor tenía cinco años, mi amigo y admirado Sergio Cortina, compañero también en esta columna en AS, le regaló la camiseta del Real Oviedo. Fue una mañana de verano, en la que paseamos descalzos por la arena mojada de la ría del Urdaibai en marea baja. Recuerdo verles unos metros delante de mí, de la mano, conversando, el pequeñín vestido de carbayón y Sergio hablándole como un tío paterno y sentir un pinchazo de felicidad. Hasta que conocí a Sergio, el Real Oviedo me decía bien poco. Recuerdo aquella mítica eliminatoria de la UEFA de 1991 frente al Génova de Skuhravy, pero también (lo siento mucho, Sergio) que iba con los italianos. Pero después de trabar amistad con él, sin embargo, el Oviedo pasó a ser parte de mis afinidades futbolísticas. Hoy le tengo mucho cariño, porque él ha sabido transmitirme el amor por su club.

Me sucedió lo mismo con otros equipos y amigos. Por culpa de Enrique Ballester sentí un terrible abatimiento cuando el Castellón se quedó en la orilla del ascenso a Segunda B, en una infausta ronda de penaltis que vi a través del móvil, escondido en la cocina, como si hiciera algo malo. También con el Córdoba de Antonio Agredano. De estos dos clubes, mis enanos a veces también lucen con orgullo sus camisetas en clase o la plaza del pueblo. Hay padres que me dicen que ellos no tolerarían que sus hijos vistieran colores distintos a los del club de sus amores. A mí no solo no me importa, sino que me gusta. Sé que mis hijos son del Athletic y estoy convencido de que será así siempre. Y creo que es muy bonito que sus corazones rojiblancos tengan manchitas con los colores de los clubes de la gente que queremos.

Oier celebra su gol ante el Athletic en San Mamés.
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Oier celebra su gol ante el Athletic en San Mamés.Ion Alcoba BeitiaGTRES

El pasado domingo, otro buen amigo regaló a mi hijo mayor la camiseta de Osasuna. Se da la circunstancia de que ese buen amigo es jugador rojillo y que tuvo un papel importante en la victoria de Osasuna en San Mamés. El lunes el enano quiso ir a clase con esa camiseta. Alguien le reprendió en el patio: ¿de qué vas vestido? Cuando me contó su respuesta me llené de orgullo: dijo que iba vestido de un amigo.