Irene Lozano, la Ley, Tebas y Rubiales
Tras María José Rienda, Irene Lozano. De nuevo una mujer al frente del deporte. Es cosa buena, al compás con el crecimiento del papel de las mujeres como deportistas y en cualquier campo. Ahora no se trata de una deportista, sino de una mujer de la política, casi podríamos decir que un animal político, sintagma que se utilizó muchos años atrás para las personas que parecían venir de cuna con toda la vocación y las aptitudes para esa actividad, tan denostada como imprescindible. Amanuense de Pedro Sánchez, por más señas. Su buena relación con el presidente es noticia positiva para el deporte.
Su nombramiento ha sido acogido en el mundillo federativo con frialdad. Todo lo que en él se sabe de ella es que de deportes no sabe. Eso ha ocurrido con frecuencia con este cargo, que tanto PSOE como PP han solido utilizar para cuadrar compromisos internos entre familias del partido. No en todos los casos, pero sí en muchos. Y, sin embargo, muchos de ellos funcionaron bien. Es un puesto agradecido. Cualquiera que sea sensato, que no crea que el nombramiento supone conocimiento y sepa dónde y cómo informarse y dónde y cómo intervenir, puede hacer una buena labor. En su mano está.
Se encontrará el borrador de una ley a la que se ha dado tantas vueltas que quizá tenga que empezarla de nuevo. Y tendrá que meterse en el fútbol, quizá el deporte que menos le atrae, no sólo por la pretensión de Rubiales de hacer las elecciones antes del verano olímpico, sino por esa guerra en carne viva que mantienen él y Tebas. Una guerra fea y estéril que molesta a muchos y paraliza cosas, entre ellas el aún tierno fútbol femenino, una causa por la que interesarse. Una mujer de su cuajo podría ser ideal para fijar nuevas fronteras entre ambos, empezando por convencerles de que dejen a un lado la testosterona.