La ATP enreda con un calco de la Davis
La temporada de tenis acabó con un torneo por selecciones, la Copa Davis, y ha empezado con otro torneo por países, la ATP Cup, sólo 40 días después. No es la primera vez que el deporte experimenta un sinsentido de este calibre. Ahí tienen la sopa de siglas de los diversos organismos que otorgan cinturones en boxeo, o aquellos dos campeones de Europa de baloncesto en 2001, uno de la Suproliga y otro de la Euroliga. Sin irnos tan lejos, en los dos últimos años hemos visto jugar a la Selección y al Real Madrid de básquet el mismo día y a la misma hora. Al fondo de estos pulsos suele asomar la enconada guerra entre las federaciones, que se resisten a perder el control de las competiciones, y los organizadores privados, que se agarran al libre mercado para montar sus propios campeonatos.
El tenis se ha subido al carro del absurdo después de que Gerard Piqué reformara la Davis con un formato revolucionario. Hasta entonces, la ATP se había preocupado poco del histórico campeonato de la ITF, que agonizaba por el propio peso de la modernidad. Los tenistas punteros comparecían cada vez menos, espantados por las distancias, los cambios de pista, la falta de puntos, la presión de la bandera, la carga física… La fórmula de Piqué puede gustar más o menos, pero ha acabado con aquellas excusas. La ATP olió la oportunidad de quedarse con parte de la tarta, o con ella entera, y aprovechó el río revuelto para lanzar su propio evento, prácticamente calcado al que coronó a España en Madrid. La Davis es oficialmente un Mundial, porque está tutelado por una federación, y arrastra un ilustre historial. La ATP Cup es un torneo más, aunque por países. Pero a los ojos del espectador, habrá pocas diferencias. Muchos jugadores repetirán estos días en Australia, entre ellos Nadal y Djokovic, que a pesar de apuntarse a ambas, ya han advertido de la insensatez de esta duplicidad.