El Celta, un equipo con ADN perdedor
Mientras Escribá dirigió al Celta, lo fácil era señalar al banquillo para justificar las derrotas. Su 4-4-2 era el causante de todos los males. Una vez que el valenciano fue cesado, se situó a Hugo Mallo en el centro de la diana. Le llovieron palos al capitán, hasta que Óscar lo sentó contra el Mallorca y la fragilidad defensiva no desapareció. Del tropiezo contra los baleares se culpó al árbitro y aún con más motivo se podría justificar la derrota ante el Levante por la nefasta actuación de Prieto Iglesias. Sin embargo, sería seguir disfrazando la realidad. El Celta no le gana a nadie (salvo al Villarreal) porque el ADN de su plantilla responde al de un equipo perdedor. Y eso no se cambia de un día para otro, ni con fichajes de invierno, ni destituyendo entrenadores al más puro estilo Jesús Gil.
Con el fútbol realizado durante la primera hora en el Ciutat de Valencia, a la mayoría de conjuntos de Primera les hubiese bastado para ganar. Un bloque ordenado, con el sistema que mejor se adapta a las características de sus jugadores y con las ideas claras. Un plan bien ejecutado, que se esfumó en dos chispazos. Primero, dejando aparecer a Morales y después, reclamando un saque de banda con una inocencia propia de un prebenjamín. Puro gen perdedor. Y ante eso, al celtismo solo le queda encomendarse a Aspas para que en 2020 obre otro milagro en forma de permanencia.