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Carlos Sainz y el valor del podio

"El segundo clasificado es el primer perdedor”. La frase se la escuché en su momento a un ilustre ciclista español después de quedarse a un puñado de segundos del maillot amarillo. A los grandes campeones sólo les interesa la victoria, no compiten con otro fin, pero también hay éxitos deportivos que no se asientan en el número uno. Hemos visto, por ejemplo, llorar a Alejandro Valverde, un corredor con más de cien triunfos, por auparse al cajón del Tour de Francia. Este domingo tuvimos el último caso con la tercera plaza de Carlos Sainz, que, según la teoría inicial, sería el segundo perdedor del Gran Premio de Brasil. Evidentemente, nadie lo ve así. ¿Dónde reside, entonces, la relevancia de su resultado? Hay varias explicaciones, todas complementarias.

Podríamos empezar por la impresionante remontada del madrileño, que salió el último y acabó el tercero, 17 puestos más arriba, lo que ya confirma la calidad del piloto, al margen de las circunstancias favorables que sucedieron en carrera. Luego está el rendimiento del coche, de un McLaren que rueda en torno a dos segundos más lento por vuelta que los dominadores de la Fórmula 1. De hecho, los pilotos han creado un ficticio ‘segundo Mundial’, al margen de Mercedes, Ferrari y Red Bull, que tiene hasta banda sonora: Smooth Operator. La escudería británica es una histórica del campeonato, pero en los tiempos recientes andaba de secano: su anterior podio databa de 2014 y ni siquiera un insigne como Fernando Alonso había conseguido subir ese escalón. Precisamente el nombre de Alonso es uno de los pesos que Carlos lleva este año en la mochila después de heredar su asiento, igual que desde sus comienzos ha cargado con el apellido Sainz. Con este podio, ahuyenta las comparaciones y se reivindica a sí mismo. El bronce es suyo. El futuro, también.