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Un pasillo eterno a García Bragado

En el arranque de Río 2016, el equipo español de atletismo le preparó una entrañable encerrona a Chuso García Bragado. Le esperaron en el comedor de la Villa Olímpica con un atronador pasillo, para rendir homenaje a un marchador, entonces de 46 años, que cumplía su séptima partipación en unos Juegos Olímpicos. Esa marca le situaba al frente de varios récords: por un lado, como el deportista español con más presencias de la historia, una por encima de Manel Estiarte (waterpolo) y Luis Álvarez Cervera (hípica), y, por otro, como el atleta mundial con más Juegos, empatado con la jamaicana (luego eslovena) Merlene Ottey.

Si estos números no fueran ya suficientemente deslumbrantes, Bragado ha continuado marchando, temporada a temporada, hasta auparse este domingo a una brillante octava plaza, en puesto de finalista, en los infernales y agónicos Mundiales de Doha. Una actuación memorable por sí misma, que también le ha proyectado a sus octavos Juegos Olímpicos, en Tokio 2020, donde llegaría con 50 años. Incombustible.

La grandeza del deporte es romper los límites humanos, la superación permanente. Los hitos se reflejan en la foto de un podio, con una medalla o con un trofeo. Pero no siempre. Hay gestas que no salen en las clasificaciones. García Bragado también guarda esas fotografías: la de su oro mundial en Stuttgart 1993; la de sus tres platas mundiales en Atenas 1997, Edmonton 2001 y Berlín 2009; la de su plata europea en Gotemburgo 2006; la de su bronce continental en Múnich 2002; la de sus dos diplomas olímpicos en Atenas 2004 y Pekín 2008... Pero si el madrileño de Canillejas se encuentra entre los grandes deportistas de todos los tiempos en España no es sólo por sus resultados, sino por su incansable ejemplo. Chuso no tiene fin. Y merece un pasillo eterno.