Paralizado en el banquillo

La funesta noche de París dejó muchas evidencias, pero la principal fue, una vez más, la parálisis de Zidane en el banquillo. Durante setenta minutos, lo que llevaba el equipo bien armado por Tuchel dándole un baño al Madrid, el técnico blanco fue incapaz de variar el panorama. La dramática inferioridad de los blancos en el centro del campo hacía que jugadores toscos como Marquinhos o Gueye pareciesen máquinas y que Verrati tuviera un aire "maradoniano", mandando, templando y distribuyendo sin que nadie le tosiese.

El trabajo entre líneas de Di María y Sarabia mareaba a los defensas, el Madrid presionaba poco y mal, corría descoordinado detrás del balón y los franceses llegaban tocando hasta el área pequeña de Courtois. El entrenador miraba contemplativo desde la banda mientras que algunos futbolistas como Casemiro o Benzema intentaban organizar a sus compañeros. Pero intentar ordenar un equipo con cuatro delanteros y dos centrocampistas es complicado, porque por mucho que se les diga a James, Bale o Hazard que tienen que ayudar, su naturaleza es otra y no saben hacerlo con continuidad. Lo vio todo el mundo menos Zizou, que sigue sin dar con la tecla y se le agota el tiempo, y el crédito.