La noche oscura del Barça
Sin remedio. Un desastre. La noche más triste… desde aquella noche de Roma. Y peor que en Roma. Un Barça henchido con su tres cero acabó pidiendo al dios del fútbol que se incorporara al campo. Pero el dios del fútbol, también conocido por Messi, estaba ausente, no jugó, estuvo más allá del bien y el mal, no estaba en ningún sitio.
Nada. No estaba Messi, y no estuvieron los restantes. Ausentes, alejados de la realidad de la eliminatoria. Rotos por el mejor equipo del mundo (Pep Guardiola dixit). No estuvo el Barça sino un remedo de equipo compuesto por unas figuras patéticas pintadas por un loco. Como si (dicen los Simpson) tuvieran un mono tocando un tambor dentro del cerebro, poseídos de una ineptitud sobrevenida para resolver con imaginación cada uno de los trances trágicos del partido. Inapelable resultado, fue tan inesperada su agonía que, cuando se produjo, aún no había marcado el Liverpool su primer gol.
Peor imposible. No fue peor que en Roma únicamente; fue peor, y punto. El Barcelona fue el espejo final de una temporada que ganó, en España, por defecto de los otros, no por méritos propios. La mediocridad disimulada por las actuaciones de Messi hallaron en este examen final el espejo oscuro de la realidad, y se le hizo al Barça una noche cerrada y negra (decía Dani Garrido en Carrusel). Ante situaciones así no cabe tan solo la vergüenza de las disculpas (que ensayó, contrito, Sergio Busquets). La vergüenza marcó cada uno de los goles; el último fue como una jugada ensayada y ejecutada por los Hermanos Marx para burlarse de los cursis que hacen de contrapunto en sus películas. Como si fuera un infantil de colegio, el Barça dejó que el ridículo coronara la derrota.
Sin reacción. El 4-0 no sólo fue inapelable. Agarró al Barça fuera de sí, cercano al vestuario. Al entrenador le falló la lógica que aplica a las sustituciones, y estuvo tan alocadamente dispuesto a tirar por la borda el objeto mayor del deseo, la Champions, que parecía sonámbulo en su rincón, rodeado de dudas, ante una situación insoportable para la que no se le ocurrían remedios. Los más fuertes del equipo, Piqué, Suárez, Alba, Messi, se fueron de excursión para permitir a los espectadores de Liverpool una diversión que no sólo humilló al Barça sino que dejó su historia del año hecha añicos.
El mejor. Pep Guardiola dijo hace meses que el Liverpool es el mejor equipo del mundo. En Barcelona jugó un gran partido limado por la desgracia que le supuso la sucesiva inspiración de Lionel Messi. Messi ganó ese partido, con gallardía y acierto. En su propio estadio, acompañado por una afición que merece la Champions desde hace rato, el Liverpool generó un fútbol superlativo, lleno de alegría y de furia, un fútbol que suena con una lógica grandiosa, basada en la capacidad para superar cualquier contrariedad. Todo esto, que parece de lucha libre, lo hizo con elegancia y velocidad, escribió el Liverpool una página memorable sobre una piel rota a tiras, la piel de un Barça sin esqueleto ni alegría.
La noche. Es la noche más negra del Barça. Un equipo sin alma, conducido por nadie, alentado por la duda y sin otros efectivos que los que se le suponen, ha roto la alegría circunstancial de sus aficionados. Es una derrota merecida y por tanto aún más cruel y más triste que lo que se merecen sus defectos. Ese cuarto gol fue un símbolo mayor de su despiste. Un infantil hubiera advertido que el Liverpool no es sólo fútbol, inteligencia del fútbol, sino también pillería, astucia, alimentos naturales de un juego que está hecho para aprovechar también la estupidez ajena. Y el Barça anoche fue estúpido, triste, inexistente. Otra vez, como en Roma, la nada hecha pedazos.