Enric Gallego, aún pichichi de Segunda, juega en Primera y recuperaba bicis
Pichichi en Segunda. Enric Gallego (12 de septiembre 1986, Barcelona) es el máximo goleador de Segunda... aunque ya hace tres meses que abandonó la División de Plata y el pasado domingo marcó su cuarto gol en Primera, categoría en la que debutó el 19 de enero. Pocos podían imaginar que este delantero grande (1,90 m), que el 13 de mayo de 2018 estaba jugando en Segunda B con el Extremadura (último partido de la liga regular en el Grupo IV), iba a estar 251 días después codeándose con la élite en LaLiga. La historia de Enric Gallego está hecha a base de esfuerzo. Ha llegado a Primera con 32 años y es profesional sólo desde hace cinco. Hasta los 27 años compaginó trabajo y fútbol. Su rutina habitual era levantarse a las 6:00, trabajar ocho horas y después entrenar.
El Huesca. Un esfuerzo que le ha llevado a tener en la actualidad un valor de mercado de 3M€ y que le ha colocado en el puesto 264 de los jugadores más valiosos de LaLiga y es el máximo goleador nacional (19). Tras comenzar la temporada en Segunda con el Extremadura y marcar 15 goles en 19 partidos (cifra que aún no ha superado ningún jugador), el Huesca llamó a su puerta.
Kilómetros y una litera. Su debut en Primera fue en el Wanda Metropolitano, en una derrota contra el Atlético, pero sólo cuatro meses antes había conseguido un hat-trick en el mismo escenario ante el Rayo Majadahonda al que seguiría después un póquer ante el Reus, que terminó por colocarle en el foco. A partir de ese momento, todos comenzamos a conocer su historia personal. El delantero que antes había sido camionero, albañil e instalador de aire acondicionado. Con 18 años colgó la botas, su equipo de Juvenil se vio envuelto en una tangana y fue expulsado de la liga. Enric estuvo dos años sin jugar hasta que a los 20 volvió a calzarse las botas para hacerlo en Regional con el Buen Pastor. De allí al Alzamora, de la Primera Regional catalana, y su entrenador Orlando le llevó a hacer una prueba al Premiá, de Tercera, que le fichó inmediatamente. Allí compaginó el fútbol con los kilómetros por carretera en una empresa de transportes que repartía en Cataluña y Francia. A veces dormía en la litera del camión y fue, tras un susto en la carretera, cuando le dijo a su jefe que no podía seguir así. Entonces le llamó el Espanyol B, donde estuvo un año, y acabó cedido en el Cornellà. Jugando allí desempeñó su última profesión, gestor de bicicletas en Barcelona. Se encargaba de reponerlas y de ir a buscar las que robaban o estaban en mal estado. Luego le llamó el Badalona, el Olot y otra vez el Cornellà, hasta que sus goles llegaron a Almendralejo...