La vieja Davis se despide

Cuando termine este fin de semana, Francia habrá levantado su undécima Ensaladera o Croacia habrá conquistado la segunda, y la Copa Davis habrá dejado de ser la Copa Davis para siempre, al menos como la hemos conocido hasta hoy. Los partidos Chardy-Coric y Tsonga-Cilic arrancaron este viernes la 107ª final de su historia, que también es la última con su tradicional formato. A partir de 2019 ya no se jugará en casa de uno de los dos contendientes, ni el anfitrión elegirá la superficie según sus estrategias, ni se alargarán los encuentros a cinco sets. Desde esa fecha habrá un modelo más acorde a los tiempos, con una sede única y una semana de competición, promovida por la empresa Kosmos, con Gerard Piqué al frente. Era un cambio necesario, de acuerdo, pero no por ello vamos a dejar de añorar esta vieja Davis.

El debate sobre el modelo está sobre la mesa, lógicamente. Países como Francia y Australia han defendido el añejo formato, esas gradas llenas de un público local que daba alas a su equipo, ese espíritu Davis que igualaba a tenistas de diferente ranking... Esa magia. Frente a estos argumentos, las reiteradas ausencias de las principales raquetas aconsejaban una remodelación. Los largos viajes, los cambios de pistas, los partidos eternos… Demasiada saturación para el jugador en un calendario cada vez más apretado. O eso nos vinieron contando machaconamente hasta que la ATP, aprovechando la tesitura, se ha sacado su propia competición por países de la chistera, con el apoyo de la mayoría de figuras, para intentar acabar con el torneo estrella de la ITF. La vieja Davis muere este domingo. Y la nueva todavía es una incógnita.