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Las sinceras confesiones de una leyenda

El talento para la conversación de Jorge Valdano y la serena madurez de Iker Casillas mezclaron fabulosamente para regalarnos una entrevista que destiló madridismo. Pero madridismo del auténtico, del que se mama desde crío rebozándote por los campos de tierra y no del radical, impostado y pagado a golpe de talonario. Cuando un tipo lleva más de veinte años como futbolista profesional su carrera mezcla aciertos y errores, pero en el caso de Iker es evidente que las veces en las que acertó superan infinitamente a las ocasiones en las que metió la pata. Sobre las primeras da buena cuenta la videoteca con un sinfín de paradas estratrosféricas; a las segundas se agarran sus detractores para intentar ensuciar la carrera del mejor portero de la Historia del fútbol español. Por mucho que se afanen en ello, lo tienen más que difícil. Su amor incondicional al escudo y su responsabilidad como capitán le hicieron tragarse el orgullo y evitar una pelea contra el impostor que por entonces era su jefe directo. El forofo de tercera se creyó la bazofia que los esbirros de Mourinho se encargaron de difundir: que si no se entrenaba, que si estaba gordo, que si era un filtrador…

Aguantó vejaciones por respeto a sus compañeros y agradecimiento al equipo de su vida y se equivocó gravemente. Por suerte, la perspectiva que da el tiempo terminará por poner a cada uno en su sitio: Casillas será recordado por casi todos como el portero más decisivo de la historia del club blanco y el entrenador portugués como un tipo tóxico que desprestigió la imagen de la entidad madridista con un puñado de actuaciones barriobajeras. Hasta entonces, se ha ganado el derecho a seguir disfrutando de su pasión al tiempo que mantiene una ilusión: que Luis Enrique se acuerde en algún momento de él…