Una Agencia poco independiente

La Agencia Estatal Antidopaje (AEA), que así se denominó originalmente, cumple diez años, ahora mal llamada Agencia Española de Protección de la Salud en el Deporte (AEPSAD), un nombre enredoso que no define lo que debe ser verdaderamente este organismo: un azote contra la trampa. Su nacimiento fue una reacción al Caso Manzano y a la Operación Puerto, que demostraron que España continuaba siendo un paraíso para el dopaje, mientras que otros países del entorno ya habían reaccionado. Aquella agencia arrancó con poco contenido, porque los controles y las sanciones seguían dependiendo del Consejo Superior de Deporte (CSD) y las Federaciones. Muchos expedientes se perdían o caducaban en misteriosos cajones. Con este panorama, bastante hizo Martín del Burgo con ponerla en marcha.

La gran mejora llegó con la Ley de 2013, que otorgó poderes plenos a la AEPSAD. Era la época de Ana Muñoz, que tuvo que luchar contra la escasa credibilidad que tenía España en el exterior. Su gestión, con una sincera implicación por resolver la Puerto, continuada luego por Gómez Bastida, mejoró la imagen. Pero todo se fue al traste con dos hechos: la equívoca sentencia de la OP, con el caso ya prescrito, y la suspensión de la Agencia y el Laboratorio por la AMA al no haber adaptado su ley al Código Mundial. Bastida fue la cabeza de turco, cuando la responsabilidad estaba en despachos más elevados. España ha tenido que volver a empezar para recuperar esa confianza internacional. Un buen paso sería que la Agencia se desvinculara de los tentáculos del CSD, al que sigue ligada financiera e institucionalmente.