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Nadie debería morir a los 14 años

Hay noticias que te cortan la respiración. Y te dejan sin palabras. Voy a intentar hilar algunas para buscar algún sentido a que un niño de 14 años pierda la vida sobre una moto que supera los 200 km/h. Cuando hay una familia rota, la reflexión no es fácil. Porque el primer impulso, desde fuera, es señalar a esos padres, en definitiva los responsables de montar a un menor sobre un vehículo, con los riesgos inherentes a los deportes del motor. Pero no son sólo los padres de Andreas Pérez, que bastante drama viven estos días, sino los padres de tantísimos pilotos que permiten o inducen a sus hijos a competir desde muy pequeños. No nos engañemos: si no se iniciaran a esas edades, no existirían los campeones actuales. No habría ningún Jorge Lorenzo, ni ningún Marc Márquez. Imposible. Ellos también lo hicieron.

El debate, inevitable ante la dimensión de la tragedia, debe ir más lejos. Si hay un reglamento que lo tolera, nos encontramos ante un dilema moral que sólo afecta a los tutores. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cambiamos ese reglamento internacional? ¿Lo prohibimos por ley en España? ¿Revisamos la seguridad? En este fatídico caso de Montmeló, no falló la seguridad. Andreas se cayó y fue golpeado por varios pilotos. No me quiero ni imaginar cómo estarán esos niños. Un accidente similar acabó con Marco Simoncelli. Eso es una fatalidad, no tiene otro análisis. Pero, claro, Simoncelli era adulto y profesional. Responsable de sus decisiones. Un niño depende de sus mayores. Nos resulta muy difícil entenderlo. Descanse en paz Andreas Pérez. Y mucha energía para sus seres queridos. Nadie debería morir a los 14 años.