Nadal y Froome nos dejaron sin siesta
Si se echaron la siesta, se lo perdieron. Por un lado, un Nadal-Djokovic en las semifinales de Roma, el clásico del tenis más repetido de la historia. Por otro, el Zoncolan en el Giro de Italia, una subida que resiste la comparación con el Angliru. Deporte a doble pantalla. ¿Por qué hay que elegir cuando se puede disfrutar de los dos? Ninguno defraudó. Fue un contraste de espectáculos, dos formas diferentes, y complementarias, de gozar de un evento deportivo. Escribo desde mi experiencia. En el tenis había una implicación más personal, con un compatriota luchando por otra final en un Masters 1.000 y por la posibilidad de recuperar el número uno mundial. ¡Vamos, Rafa! En el ciclismo, sin españoles en la puja, era el espectáculo por el espectáculo. ¡Qué importa quién gane! Y en esa dicotomía tuve doble deleite.
En el tenis triunfó Nadal, que jugará su décima final en el Foro Itálico, por el título y por el liderazgo. El partido nos transportó a otros tiempos. Rafa y Nole se han medido 51 veces, con un balance apretadísimo: 26 victorias para el serbio y 25 para el español. Este Djokovic no es el mismo de antaño, pero cada vez se le parece más. Buena noticia. En el ciclismo triunfó Froome, que eligió el mejor escenario para resucitar. Siempre fue un campeón de retos. Su victoria genera sensaciones contradictorias. La admiración a un ciclista profesional, respetuoso y elegante, pero manchado por esa dosis de salbutamol en la Vuelta que aún se dirime en los despachos. Por lo que pueda ocurrir, el segundo fue Simon Yates, la maglia rosa, que ya aventaja en 1:24 a Dumoulin, una renta aún corta para la contrarreloj. Nos perderemos más siestas.