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Ante la despedida del Niño Torres...

Francamente, me decepcionó que Simeone no sacara al Niño Torres en el Bernabéu anteayer. Nada contra Gameiro, ese jornalero de la gloria. Pero había cierta percepción de que no habría más oportunidades de ver a Torres en el Bernabéu, y por tanto de darle un último aplauso. Los enemigos también son para las ocasiones. El Bernabéu vio durante años al Niño Torres como el último bastión del Atlético. Años malos, de galácticos. Años en los que el Atlético se fue a Segunda y levantó una bandera, una sola, el Niño Torres. Ese chico que aguantó allí en las duras y cuando se fue puso la bandera del Atleti en el autobús de la Selección.

No ha sido un ‘one club man’, hombre de un solo club. Se fue al Liverpool, al Chelsea, al Milán... Cuando regresó las cosas eran de otra forma. El Atleti ya no braceaba para mantenerse a flote en la parte media de la tabla, sino que pisaba fuerte en el concierto europeo, o sea, mundial. Pero él también venía con créditos: a su marcha había dejado un dineral en el Atlético, pero después hizo algo más por el club: hacerle partícipe de los logros de la Selección Española. Empezaron con Luis Aragonés, sangre atlética, pero cuando a este le sucedió Del Bosque ahí siguió el Niño Torres con las rayas rojiblancas en el autobús.

Un buen día volvió y todos, atléticos, madridistas o lo que fuéramos, sentimos que nunca se había ido. Fueron no sé cuántos miles a su regreso. Aceptó de buena gana el papel que Simeone le dio en el reparto de la obra. Hoy una frase, mañana un papelito, pasado actor secundario, el día siguiente, otra frase. En cada función estuvo bien, hizo el papel. Ahora que le toca irse echo de menos lo que pudo ser y no fue: unos minutos en el Bernabéu, que imagino subrayados con un aplauso romántico al enemigo cordial que mantuvo en alto la bandera rojiblanca en los años de supremacismo galáctico. Simeone no estuvo fino.