El deporte como proyecto de igualdad

Esta del 8 de marzo es una fecha infamante para nosotros, los hombres. Conmemora una manifestación de mujeres neoyorquinas en tal fecha, en el lejano 1857, por las miserables condiciones en que trabajaban. Aquel reclamo alcanzó su significado dramático con el desastre de 1911, cuando se incendió una fábrica de camisas en Nueva York produciendo muchas decenas de víctimas, la gran mayoría de ellas mujeres jóvenes, hacinadas en un espacio sin seguridad ni escapatorias, y por una paga miserable. Chicas ilusionadas, inmigrantes allí, o hijas de inmigrantes, combatientes por un futuro contra el abuso de los machos pudientes.

Ahí seguimos, no nos engañemos. A los machos de aquella generación y las posteriores nos educaron en un modelo que ya nos viene bien. Que tu hermana haga las camas, no entres en la cocina que es de mariquitas. A esa doctrina injusta se han ido rebelando muchas, primero de una en una, luego en grupo, finalmente en masa. De forma insensible, el deporte ha servido para eso. Viví el tiempo en que una chica que pretendía hacer algún deporte era ‘un chicazo’. Las que jugaban a alguno relativamente admitido (como el baloncesto, por ejemplo) se ponían ‘pololos’, para que no se les vieran los muslos. Las que destacaban eran casos raros.

Me gusta saber que en la lenta y firme marcha hacia la igualdad, que los machos de hoy contemplamos con displicencia desganada, el deporte es un gran elemento. Aún no son muchas las españolas que lo practican ‘en serio’, sólo suponen el 21,52 % de las fichas federativas, pero sus éxitos superan con mucho ese porcentaje. Ayer mismo supimos de la victoria de nuestras futbolistas en el torneo internacional de Chipre, como el sábado supimos que ‘Las Leonas’ de rugby habían ganado el Europeo. El deporte no da soluciones, pero inspira. Propone modelos. Cada mujer que alcanza un éxito deportivo hace mucho por todas las demás.