Lo de ser profeta en su tierra
Nos pasa a todos los exiliados, a todos los que, un día, abandonamos nuestro país para buscar una mejor existencia, dejar atrás la infancia, alejarse de algún dolor, encontrar otro trabajo o, simplemente, para vivir una nueva e ilusionante aventura. A los que sólo vamos a casa de vez en cuando nos gusta mostrar nuestra mejor cara y presumir de éxito en el momento en el que pisamos nuestra tierra. Un poco como aquellos que volvían de hacer las américas con los bolsillos llenos de oro y plata. Ayer Zidane aterrizó en la bella Francia, en el país que le vio nacer y, dónde, también gracias a la escuela pública, creció como ser humano y como futbolista. Sé que el míster, hijo de inmigrantes argelinos, está muy agradecido a su país por todo lo he que ha dado desde pequeño y no hay ninguna duda de que estará muy orgulloso de sentarse hoy en el Parque de los Príncipes en el banquillo del Real Madrid. Y de mostrar así a sus compatriotas lo que ha conseguido fuera de Francia.
Es la primera vez que Zizou vuelve a casa con el estatus de entrenador del club más prestigioso del mundo y estoy seguro de que mis compatriotas se sentirán felices también al ver lo alto que ha llegado uno de los nuestros. Más allá de la lógica rivalidad, espero que sea profeta en su tierra y que el público del estadio del PSG le aplauda cuando suene su nombre por la megafonía. Este hombre nos dio el Mundial hace 20 años y es uno de los mejores embajadores que puede tener Francia. Así que sólo puede haber buen rollo por parte de los aficionados del club parisino.