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Sobre la cebollinada de Christensen

Una de las muchas gracias que tiene el fútbol es que por mucho que se haya visto, cada poco aparecen jugadas nuevas. Por ejemplo, el suicida pase de Christensen, mandando el balón desde la banda a la máxima zona de peligro, donde no lo alcanzó Azpilicueta, lo amansó Iniesta y lo pasaportó con fácil indiferencia Messi a la red. Ahí estará seguramente la eliminatoria, en un hecho disparatado, como quizá estuvo la del Madrid y el PSG en ese cambio de Emery, que sustituyó a Cavani por Meunier para reforzar la banda derecha y resultó que justo por ese lado le llegó la muerte, en forma de dos escapadas de otro suplente, Marco Asensio.

Sorpresas te da la vida. Nos empeñamos en estudiar el fútbol, en desentrañar sus secretos, pero cada vez que abres la caja para mirar lo que hay en ella te salta un muñequito lanzado por un resorte sacándote la lengua. El Barça estaba ayer postrado, con Messi en horas bajas, Willian brillante, pegando dos tiros al palo y haciendo un gol con precisión de cirujano cuando de golpe todo dio la vuelta, por una acción de Christensen que cualquier benjamín tiene prohibida. Como el PSG en el Bernabéu, donde tuvo la eliminatoria en la mano y se le cayó de golpe, el Chelsea andará ahora lamentando un resultado que no mereció. O quizá sí.

Jugar bien al fútbol es, entre más cosas, dominar la situación. Dicho directamente, no hacer cebollinadas. Hay algo en los viejos grandes clubes europeos que les coloca por encima de otros, quizá por eso tienden tanto a sobresalir. No hacen regalos, y si se los hacen, los aprovechan. Hemos visto en dos semanas partidos en los que ni el Madrid ni el Barça han estado bien. Les hemos visto zozobrar, expuestos realmente a un resultado malo tirando a muy malo, pero los dos han salido gananciosos en el marcador final. Puede que en ambos casos sea pura casualidad, puede que tenga que ver con la sangre fría del experto. Yo no sé con qué quedarme.