Partidos como el del Benito Villamarín hacen afición. Ocho goles, como no podía ser menos entre dos equipos que se distinguen porque los hacen y los reciben. La ortodoxia del fútbol sufre con eso, prefiere partidos controlados, considera poco científicos semejantes excesos. Pero el espectáculo está en esto, que tiene que ver con genio, con pasión, con descuidos, con desajustes tácticos... Y con remate, claro, porque sin buen remate no hay goles. Anoche hubo de todo eso porque los dos equipos respondieron a su sello. El Betis juega de maravilla, pero no defiende bien. El Madrid es un vaivén que alterna ratos buenos con apagones.