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Respeto a los héroes de la Copa

Al Leganés se le secó la épica. Llegó al Pizjuán con su depósito lleno. Hasta ayer había sido la gasolina de su motor. Como en el asalto al Bernabéu. Como en la resistencia numantina de Villarreal. También viajaban en sus maletas toneladas de sueños. No había miembro de la expedición que no creyera que se meterían en la final de la Copa del Rey. Su fe no era banal, era una fe sólida, cimentada en hechos, trabajo y conceptos que ya zarandearon a su antojo en los cuartos de final al campeón de Europa.

En Sevilla lo sabían. Su miedo se olisqueó cuando el cuero aún no sabía ni de qué color era el césped. En la previa del encuentro rugieron sus gradas. Ambiente de Champions League contra un modesto en busca de una quimera que por Nervión es rutina. El respeto de Goliat enorgullece a este David pepinero. Pero el pánico del enemigo no se exhibe en ninguna sala de trofeos.

A Garitano y los suyos no les valía con eso. Querían más y lo buscaron. En cada robo de Rubén. En cada arrancada de Amrabat y El Zhar. En los remates imposibles de Beauvue y las cabriolas frívolas de Gabriel. Empeño infinito que regó de sudor la hierba andaluza. Esta vez no fue suficiente. Pitó el árbitro y se esfumó el sueño. A 530 kilómetros de distancia, Leganés estalló en una epidemia de muñecas dislocadas. Tormenta de aplausos para un grupo de leyenda. Respeto eterno a los héroes de la Copa.