Sensación de equipo grande
La Selección está a punto de cerrar un año extraordinario. Le queda el partido de Moscú, frente a Rusia, un duelo de cierta categoría porque el equipo ruso ejercerá de anfitrión del Mundial. Siempre conviene observar el terreno, trabajar las relaciones diplomáticas y medir las fuerzas de un rival que ha declinado en los últimos años, pero tratará de aprovechar su condición de local en la Copa del Mundo. España acude con la satisfacción del deber cumplido ante Costa Rica. Goleó, jugó con decisión y clase, apretó defensivamente más de lo que podía esperarse en un encuentro amistoso y mantuvo la sensación de equipo grande, tan favorito como el que más, o sea Alemania y Brasil, en Rusia 2018.
Lopetegui perfila un equipo que cualquier aficionado puede adivinar. Salvo lesiones, parecen seguros De Gea, Carvajal, Piqué, Sergio Ramos, Jordi Alba, Busquets, Koke, Isco, Iniesta, Silva y Morata. Es un equipo fiable, con una mezcla que ahora mismo parece perfecta de juventud y experiencia, una trayectoria impecable en la fase de clasificación y un juego que remite a los mejores días de la selección que ganó todo. No se advierte, al menos hasta ahora, ningún tipo de erosión en el equipo. Al contrario, Lopetegui puede sentirse satisfecho. La Selección ha mejorado considerablemente su versión en los últimos partidos.
El equipo mantiene sus características más conocidas –el alto porcentaje de posesión de la pelota, la abundancia de centrocampistas y el papel esencial de los laterales en el juego de ataque, entre otras cuestiones– y ha añadido el vigor defensivo. Hay un esfuerzo evidente por interrumpir al rival con la presión alta y tenaz. No es fácil este sacrificio defensivo en los partidos amistosos, pero España acudió con firmeza a la presión durante casi todo el partido, presión que dejó para la historia el tremendo quite de Silva cuando el duelo estaba más que ventilado. Silva arrebató la pelota al defensor costarricense como si fuera su último acto en la Tierra, antes de agregar el gol a un quite que levantó a la gente de los asientos.
Iniesta y Silva han salido beneficiados de la inyección de energía que ha sufrido España. Son tan necesarios como siempre, pero con menos responsabilidad que en los años anteriores. Gente como Isco, Thiago, Koke y Asensio han funcionado de maravilla en el nuevo ciclo. España no tuvo rival en Costa Rica, una selección caracterizada por su resistencia a la derrota, el buen orden defensivo y un ataque bastante competente. En Málaga, no encontró la manera de detener la marea española. Marcaron jugadores de todas las líneas y nunca se cuestionó la inmensa superioridad del equipo de Lopetegui.
Todo eso ocurrió en noviembre de 2017. A estas alturas, España es tan fuerte como los principales favoritos. Nada hay mejor que acudir al Mundial con claridad de ideas, buenos resultados previos, sensación de fortaleza y una amplia nómina de jugadorazos, pero el Mundial es un Everest en sí mismo. Lo previo cuenta hasta cierto punto. No han sido pocas las selecciones que han triunfado después de acudir entre dudas. A Lopetegui le corresponde mantener el grado de excelencia del equipo y evitar cualquier tipo de duda, trastorno o conflicto. Será raro que no ocurra algún tipo de contrariedad en un equipo donde todo es material para la polémica. La controversia alrededor de la camiseta de la Selección es un nuevo ejemplo de hipersensibilidad casi enfermiza. Por fortuna, Lopetegui ha sido tan eficaz para resolver los problemas estrictamente futbolísticos como para apagar los fuegos difícilmente controlables que se han desatado en los últimos meses.