El reto de Froome era la Vuelta
El día que acabó el Tour escribí una columna, en este mismo espacio: ‘El reto de Froome es la Vuelta’. La titulé así con toda la intención, porque estoy convencido de que al africano le hacía más ilusión coronarse en Madrid que en París. Y así lo hemos podido comprobar estos últimos días. En Francia nunca le hemos visto tan feliz como al término de la etapa del Angliru o durante los festejos de la Cibeles. Para colmo, en el país vecino le silban con frecuencia, porque el poderío del equipo Sky recuerda allí a los tiempos de Armstrong, mientras que en España recibe un enorme afecto, por su persistencia con esta carrera. Chris Froome ha disfrutado más de su triunfo en la Vuelta que en el Tour, sencillamente porque le ha costado mucho más esfuerzo y penalidades. La Vuelta era el desafío, insisto.
Froome no ha podido ganar aquí hasta su sexta participación. Ha sido tres veces segundo (2011, 2014 y 2016), una vez cuarto (2012) y en otra (2015) abandonó cuando empezaba a enseñar los dientes. Sólo faltó en 2013. El Tour, en cambio, lo conquistó al segundo intento (2013). Y si no lo hizo en el primero (2012) fue por su lealtad a Bradley Wiggins. Desde entonces lleva cuatro títulos, sólo interrumpidos por una caída en 2014. En la Grande Boucle domina con cierta claridad. En la Vuelta no era capaz de imponerse ante las trampas del recorrido y el empuje de los españoles. Ayer sintió un enorme alivio. Además, hay otra razón que justifica su reiterada presencia en España. Froome venera la historia del ciclismo y quería entrar en ella. Nadie tenía el doblete Tour-Vuelta, por ese orden. Ha sido el primero.