Madrid de Europa, Juventus de Italia
La Copa de Europa, léase Champions, es la competición que más obliga al Madrid. Contribuyó a su creación, ganó las cinco primeras (con al menos un gol de Di Stéfano en las cinco finales), su estilo dio lustre a la competición. El Madrid y la Copa de Europa son amigos para siempre, porque hicieron la mili juntos. Ante nada se siente el Madrid tan obligado como ante una final así. Antes, por los emigrantes, que Bernabéu invocaba en sus charlas. Ahora, porque obliga el palmarés, resucitado a partir de la Séptima. Aquel fue un día clave. Después de 32 años sin ganarla, el Madrid la recuperó. Y por fin ha vuelto a sentirse en su sitio.
Durante los 32 años de ausencia, el madridista se sintió como el sefardí que mantenía la llave de una casa de Toledo, heredada de generación en generación, seguros todos de que un día volverían y la llave encajaría en la cerradura. Y pasó. Efectivamente, aquella casa, la Copa de Europa, le pertenecía, porque la construyeron entre Bernabéu y Di Stéfano, con planos de L’Equipe, y una cosa es no volver por ella en 32 años o varios siglos y otra que no sea tuya. En esta competición, el Madrid luchó siempre con el afianzamiento moral del que defiende algo que considera propio. Cada fracaso ha sido el gran drama del correspondiente año.
Enfrente vuelve a estar la Juve, como aquel día en que la llave abrió el cierre oxidado. La Juve se enseñorea de Italia, donde sus títulos aplastan a los de cualquier otro rival, pero en el mismo tiempo en el que el Madrid ha acumulado once títulos de Copa de Europa (uno más que de Copa de España), sólo ha ganado dos. Ha perdido seis finales de ocho; el Madrid, tres de catorce. Hay diferencia entre jugadores de ambos clubes, pero más diferencia hay todavía en la convicción de que se pelea por algo propio, por un derecho irrenunciable. En Cardiff, Milán o Lisboa, si de lo que se trata es de Europa, el Madrid siempre juega en casa.