Imposible no es francés

Reconozco que soy un hombre de poca fe. Reconozco que soy un pecador. Sí, lo confieso, he cometido el mismo pecado que muchos madridistas que dieron por perdida esta Liga. En el momento en que escribo esas líneas, me encuentro en Ceutí, simpático pueblo de la provincia de Murcia dónde celebramos el tercer aniversario de la peña Frédéric Hermel Fin de Ciclo. Cuando después de la derrota en el derbi, me llamó Gabriel, el entrañable presidente, para fijar una fecha para nuestra cena anual, escogimos el 13 de mayo por ser un viernes cualquiera, principio de un fin de semana cualquiera. Sin compromisos particulares. Pensábamos entonces que el Barça sería campeón de España desde hace varias semanas y que íbamos a compartir mesa y mantel para darnos mutuo apoyo y para proyectarnos ya, con ganas, hacia la temporada 2016-2017.

Pues nos equivocamos. Mi estancia en Ceutí se hará más corta de lo habitual para volver temprano a Madrid y vivir desde la capital esa impresionante última jornada. Quizás porque llevo muchos años lejos de mi tierra natal, me había olvidado de ese refrán popular que dice: “Imposible no es francés”. Y que con un galo al frente del club que más y mejor suele volver cuando menos se le espera eso tenía que pasar. Pido disculpas por haber dejado de creer que nadie nunca debe perder la ilusión. Pido disculpas por haber obviado otro refrán de mi país: “Cuando hay vida, hay esperanza”. Y el Madrid de Zidane está muy, pero muy vivo.