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Cuando el hombre supera a la máquina

Sin inmiscuirnos en los costosos sistemas de simulación que utilizan los equipos en las etapas de concepción y diseño del monoplaza, la Fórmula 1 moderna ha convertido a los simuladores dinámicos en herramientas imprescindibles para poder culminar, de la mejor manera posible, todo el trabajo realizado en diseño, producción, bancos de pruebas y túneles de viento.

Los complejos modelos informáticos de elementos tan claves como los neumáticos, el motor, la aerodinámica o el chasis se juntan por primera vez para que la imperfección humana baje a los ingenieros de su nube de complejas operaciones matemáticas. El imperfecto factor humano entra en acción.

El driver in the loop, así se llama a este tipo de simuladores, sienta al piloto ante una realidad virtual para que la transforme en real. El objetivo es convertir en conducible lo que los procesadores creen que es la solución más veloz para cada trazado. Casi nunca es así. La interacción entre el factor humano y la máquina es imprescindible para que el trabajo de desarrollo de los ingenieros tenga su fruto en la pista; y más en un año con tantas novedades a nivel reglamentario.

Pero en circuitos nuevos como el último de Sochi, el simulador cobra su máxima expresión. Pese a llevar miles de kilómetros a sus espaldas, los pilotos utilizan estas millonarias máquinas para conocer y entender los secretos de un trazado que nunca han pisado. Pero ni las más complejas máquinas, ni el incansable trabajo de los ingenieros y pilotos de prueba en el simulador han evitado que equipos y pilotos tengan que adaptarse a un nuevo escenario. Cambios en la aerodinámica, en suspensiones, en los frenos… De nuevo la realidad ha vencido a la virtualidad y el piloto a la máquina, aunque sea sólo para darnos cuenta que, al final, quienes conducen los monoplazas son personas de carne y hueso.