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Tras 48 horas en Qatar...

Dos días en Qatar o en cualquier sitio no dan para pontificar sobre lo que allí ocurre, pero sí sirven para sacar una idea y cruzarla con la que previamente se llevaba. Alejandro Elortegui y yo hemos estado dos días en Doha, invitados por la Academia Aspire, un centro para el desarrollo deportivo, no sólo en fútbol, sino en varios deportes más. Un espacio grandísimo con las mejores instalaciones que uno pueda imaginar y desarrollos informáticos de última generación. Lo dirige un español, Iván Bravo, ex del Real Madrid, y en él trabajan otros españoles, como Roberto Olabe, más algún viejo conocido por aquí, como Walter di Salvo, un sabio de la preparación física.

Pero no sólo con ellos nos vimos. Me hicieron sendas largas entrevistas en los dos principales canales, el nacional, Al Kass, y Bein, que viene a ser la marca deportiva de Al Jazeera. Y tuvimos encuentros con altos personajes del sistema. Lo mismo en las entrevistas televisivas que en los encuentros con estos personajes se detectaba cierto amargor por las críticas que están recibiendo desde que obtuvieron el Mundial.

Al respecto, hay dos temas ‘estrella’. El clima y las condiciones de los trabajadores de la construcción.

La cuestión del verano

Empezaré por el primero, menos espinoso. Para mi sorpresa, saqué la conclusión de que no había truco. De que ellos pidieron el Mundial pensando en hacerlo en las fechas habituales. Ellos viven allí, también en verano, y no les parece que el lugar sea inhabitable en esas fechas. Están ahí por muchas generaciones, conviven con eso. Casi les resulta ofensivo el espanto que en el resto del mundo produce la posibilidad de estar en un lugar en el que se alcanzan los 52 grados. Además, se sienten capaces de refrigerar no sólo los estadios (donde además se jugaría de noche, con 40 grados, no más calor del que hubo en México-86, por ejemplo, donde se jugaron muchos partidos, entre ellos la final, con el sol en su zénit) sino hasta las fan zone. En un debate posterior a mi conferencia me insistieron mucho en ello.

Es más, allí lo que se encuentra inhumano e inaceptable es que se haya podido jugar con el frío del invierno sudafricano. Para ellos los cero grados son mucho menos habitables que los cincuenta. Cuestión de dónde se ha nacido y vivido.

Con todo, no hay duda de que no será en verano. En recientes encuentros con Blatter y Platini les vi resueltos a trasladarlo a fechas en torno a fin de año. Ya veremos cuáles. Por mucho aire acondicionado que se pueda instalar, poquísimos aficionados de otros lugares se animarían a acudir a Qatar en verano. Sería un Mundial desambientado. Sin embargo, el invierno de allí es una primavera cálida para nosotros. Un tiempo ideal.

Alguien me habló del 15 de noviembre al 15 de diciembre. Habrá que trastornar los campeonatos nacionales en bastantes lugares, desde luego en Europa Occidental, y también la Champions, por supuesto. Quizá por eso Al Jazeera está en esa política intensa de comprar derechos de televisión en nuestro mundo. Con los derechos de televisión puedes disponer sobre los calendarios.

Para nuestro mundo futbolístico latino (en otros sitios de tradición como la Europa fría o Sudamérica ya se para en esas fechas) es un trastorno grave, desde luego, además de un ataque a una tradición de casi cien años.

Cuando vi resignados a Blatter y a Platini empecé a resignarme, y me ayudó a conseguirlo la idea de que con la elección de Qatar se conseguía (aparte de otros beneficios menos idealistas, como es de suponer) un nuevo salto en la universalidad del fútbol. Será el primer mundial en aquella región de la tierra, el primero también en un espacio islámico, no hay que olvidarlo. Pienso (y sobre eso reflexiono en mi último libro, ‘Tantos Mundiales, Tantas Historias’) que el Mundial es Mundial porque Jules Rimet tuvo la audacia de organizar el primero en Uruguay, lejos de la Vieja Europa, donde se había inventado el fútbol y donde residía la FIFA. Penó por ello. Sólo pudo enrolar a cuatro selecciones europeas, y tirando mucho de sus influencias: Francia, Bélgica, Yugoslavia y Rumanía. Esta última acudió como favor personal del Rey Karol a Rimet. Ni España ni Italia ni Austria ni Alemania ni Dinamarca ni Holanda ni tantas otras selecciones europeas fuertes quisimos acudir. La Europa de esos años concebía Sudamérica como un territorio a medio civilizar, poblado de indios, aventureros y la población emigrante europea, sacada de los lugares más pobres de cada país, particularmente de España, Portugal e Italia. Un mundo salvaje y primitivo. Pero se hizo allí, se descubrió que Sudamérica no era como pensábamos y el Mundial arrancó como un lazo entre dos continentes. Y según el fútbol se fue extendiendo, la Copa del Mundo fue abriendo su participación a más y más latitudes. Y tras un largo periodo de alternancia entre Europa y Sudamérica el Mundial se abrió a zonas futbolísticamente ‘exóticas’, a fin de ganar universalidad: Estados Unidos, Corea-Japón y Sudáfrica.

Así que un Mundial en Qatar conecta con esa vocación universalista del fútbol. En ese altar habrá que forzar los campeonatos un año.

El mayor problema está en Estados Unidos, donde la FIFA tiene vendidos los derechos de 2018 y 2022 a Fox y Telemundo. En esas fechas, noviembre y diciembre, se juegan NBA y fútbol americano. En enero hay JJOO de Invierno los años pares no olímpicos. ¿Se podría llevar este Mundial a enero de 2023, profanar también el número par? Cualquiera sabe.

El caso es que los qataríes sienten que el mundo abomina de su clima natural y que por eso mismo presenta el Mundial de Qatar como un problema. ¿Y por qué no vienen en verano, se preguntan ellos? Porque no somos capaces de resistir eso, hay que decirles. Hablando se entiende la gente.

Las condiciones de trabajo

Y luego está la otra cuestión, más espinosa y dura, la de las condiciones de trabajo de los obreros de la construcción, en su gran mayoría nepalíes. Viven en barracones incómodos e insuficientes, sin sus familias, por supuesto, van y vienen al trabajo en condiciones económicas y, sobre todo, están indefensos.

Para captar el problema y urgir a sus soluciones hay que dibujar previamente el cuadro. Qatar es un país nuevo. Hace cuarenta años ahí apenas había nada. Ahora Doha es una especie de Manhattan en pleno desierto, que crece y crece. El petróleo y el gas proporcionan unos recursos ilimitados. Los qataríes de origen compran apoyo humano de toda índole y procedencia pero al tiempo tratan de preservar su identidad y sus costumbres.

Qatarí de verdad se considera al que lo es de cinco generaciones. Vienen a ser el 5% de toda la población actual. Visten todos de impecable túnica blanca y la cabeza permanente cubierta por el pañuelo, sujeto con un cordón negro, del que cae un cordón rematado en borla por la espalda. Ellas, de negro, con el rostro tapado. Los qataríes tienen un sueldo estatal por el hecho de serlo, equivalente a unos 3.000 euros al mes, más subsidios por matrimonio, hijos... En puridad, no tendrían necesidad de trabajar, aunque casi todos lo hacen. Muchos de ellos han estudiado en Inglaterra o Estados Unidos. Más en Inglaterra tiempo atrás, más en Estados Unidos la última generación.

La siguiente capa de la sociedad la constituyen altos ejecutivos, en general de nuestro mundo occidental. El estándar viene a ser un poco este: el presidente de una empresa es qatarí, el director general, un ejecutivo de este tipo. Entre los empleados de más rango pueden mezclarse estas dos clases.

Hay una tercera capa de profesionales liberales, en general egipcios o sirios. Abundan entre los periodistas, por ejemplo. Los hay en todo tipo de profesiones. Tienen buena vida y son bien considerados.

Una cuarta capa es la de trabajadores auxiliares en hostelería, vigilancia y demás, de muy variada procedencia, en general asiática.

Y la quinta, realmente desfavorecida, es la de trabajadores de la construcción, en su inmensa mayoría del Nepal, cuya suerte no es envidiable. Asusta pensar cómo estarían en el lugar de donde vienen.

Un país que se construye tan rápidamente es campo ideal para empresas sin escrúpulos, en busca de enriquecimiento brusco, para contratistas piratas y para capataces desalmados que esperan hacer más dinero sobreexplotando a la mano de obra.

Y es una mano de obra desprotegida desde el origen, por la llamada ‘norma Kafala’. Llegan con un visado que es propiedad de la empresa contratante. No pueden cambiar de empresa sin el permiso de la primera y ésta puede retirarles el visado si entiende que no cumplen. Y hasta necesitan del permiso de la propia empresa para regresar a su país. Eso les expone a cualquier abuso, y es obvio que se están dando. Aunque el asunto no resulte visible, empieza a ser conocido y denunciado internacionalmente. El ritmo frenético de construcción (tres turnos diarios de ocho horas, día y noche, incluyendo las horas de más calor del verano) no hace más que agravar la situación. Eso y un descuido con las normas de seguridad extendidas desde hace tiempo en otros lugares.

Probablemente no todos los datos que circulan sean exactos. Se ha llegado a decir que han fallecido ya mil nepalíes en la construcción de estadios, pero eso no es posible, porque esta no ha comenzado. Apenas se ha iniciado ya el movimiento de tierras para el primero de ellos. Hay que pensar que estamos a ocho años vista. Pero sí, por ejemplo, las obras del metro, que tienen relación con el Mundial. Y hay cantidad de torres en construcción.

La reacción allí pasa, según se alarga la conversación, de unas primeras quejas contra los ingleses, a los que se acusa de una estrategia de difamación porque ellos pretendían el Mundial, a la aceptación de que hay algo que resolver. Incluso se está haciendo. En los días que estuve comprobé que se había emitido un decreto que obligaba al aire acondicionado en los barracones y en los camiones de transporte de trabajadores. Se quejan mucho de que las mejoras en ese sentido no aparecen en la prensa inglesa, que es la que les preocupa. Y me insistían mucho en que están incitando la visita de organizaciones como Human Rights Watch y el Sindicato Internacional de los Trabajadores, para ir comprobando los progresos en este campo sobre el terreno.

Mi impresión es que saben que hay un problema, del que los qatarís no se sienten responsables directamente, pero sí lo son indirectamente por negligencia ‘in vigilandi’, y que se han propuesto resolverlo.

Ellos quieren el Mundial para dar buena imagen de su país, y se encuentran con que hasta ahora les está dando imagen de ser un rincón de la tierra inhabitable en verano y de que se está desarrollando sobre una política esclavista.

Lo primero se tendrá que resolver haciendo el Mundial en invierno, no veo otra forma. Aunque no les entusiasme.

Lo segundo lo tendrán que resolver con leyes justas y vigilancia de que se cumplan. Me parece que se han puesto a ello. Aunque lo que veo muy difícil es que deroguen la ‘norma Kafala’, que viene a ser su valla de Melilla, o su muralla de México, para defender su identidad.

En todo caso, el Mundial será bueno, espero que en alta medida, para esos trabajadores nepalíes. Para estas cosas también es bueno el fútbol. Para conocernos unos y otros y copiar cada cual lo bueno de otras partes.

Respecto a sus costumbres, son sus costumbres. Me figuro que evolucionarán, aunque hará falta tiempo para comprobarlo. Hace cincuenta años, en España se vivía la Semana Santa con un recogimiento extremo. No se iba a las playas, no se exhibían en el cine películas que no fueran de Semana Santa, los cines no podían exhibir otras películas que las de argumento bíblico (ni la tele) y las radios no ponían música ligera, sólo clásica o de procesiones. Ninguna familia hubiera admitido entonces que su hija se acostara con el novio, ni la misma víspera de la boda, el divorcio no existía y ser madre soltera constituía un estigma insoportable. A los homosexuales se les podía aplicar la Ley de Peligrosidad Social. El país lo dirigía un general omnipotente que pasaba dos terceras partes de su tiempo cazando o pescando. Y había pena de muerte. Y nos dieron a organizar la Eurocopa de 1964, bien que en el formato reducido (cuatro partidos) de las fases finales de la época.

Hace cincuenta años, digo. Yo vivía y no soy el más viejo del lugar. En una generación ha cambiado mucho España. No sé cómo será Qatar dentro de una generación, pero seguro que el Mundial de 2022, con su inyección de universalidad, hará un efecto beneficioso en aquella sociedad. Y sospecho que ya lo está empezando a hacer en las deplorables condiciones de vida de los trabajadores nepalíes de la construcción.