Las enseñanzas del Pantani valiente y del Pantani oscuro

Admiré mucho a Marco Pantani, mucho. Mi andadura como enviado especial en las grandes vueltas (y en otras no tan grandes) coincidió numerosas veces con el 'Pirata', a quien seguí por motivos profesionales y veneré como aficionado por su propuesta de ciclismo-espectáculo, por atacar en aquellos sitios donde ya no atacaba nadie, por no esperar siempre al último puerto, por sobrevolar las cumbres. A la fascinación normal de cualquier seguidor del ciclismo me unió una mayor cercanía por ser un corredor de mi quinta. Pantani pertenecía a la generación de 1970, que aportó calidad al pelotón con corredores como Olano, Berzin, Bartoli, Casagrande, Zarrabeitia, Nelissen, Edo o el difunto Antonio Martín. Cuando el pasado viernes se cumplieron diez años de la muerte del italiano, los recuerdos volvieron a brotar a borbotones, como ya me sucedió en diciembre con Chava Jiménez.

Mi primer recuerdo de Pantani procede del Giro de 1994, que inundamos los medios de comunicación españoles porque se atisbaba una tercera victoria de Indurain que nunca fue. El 'Pirata' todavía no era el 'Pirata' y hasta aún se podía ver pelo en su cabeza. Más bien le apodaban el 'Elefantino', por sus salientes orejas. A él no le gustaba el mote, obviamente. El italiano no partía como favorito, pero en su país se hablaba mucho de él porque había deslumbrado en el pelotón amateur y había ganado el Girino en 1992. Pantani se impuso en una primera etapa en Merano, pero su protagonismo fue mayúsculo al día siguiente cuando, después de destacarse en el Mortirolo, compartió escapada con Indurain y Cacaíto Rodríguez en el asalto del navarro al maillot rosa de Berzin. Miguel se apajaró después y no pudo desbancar al ruso, pero su intentona forma parte de su leyenda. Pantani ganó en Aprica y terminó en la segunda plaza del podio, delante precisamente del español. Un mes más tarde, Pantani se apuntó al Tour y también pisó podio en su tercer peldaño. Había nacido una estrella.

Si me agarro a mis recuerdos personales más directos tendría que dar un salto a 1999. Sí, ya sé que su año mágico fue 1998, pero no me tocó desplazarme ni al Giro ni al Tour en aquella temporada, aunque seguí las carreras por televisión. Faltaría más. El regusto que me queda de entonces es aquel ataque en el Galibier contra Jan Ullrich, que ponía una imagen de ciclismo épico a una edición marcada por el escándalo... Un escándalo que todavía no ha sido totalmente extinguido en el ciclismo y que, a la larga, acabaría con la vida del 'Pirata'.

Pantani-Galibier

Mi recuerdos más cercanos, más intensos, proceden del Giro de 1999, también inundado por periodistas españoles tras la estela de un presunto duelo entre el Chava y Pantani que solo existió en las crónicas de vísperas. El 'Pirata', que ya sí era el 'Pirata', venía de hacer doblete el año anterior. Italia estaba a sus pies. A mitad de recorrido, la corsa rosa tuvo una etapa en su Cesenatico natal, que se volcó con su ilustre vecino. Allí estaban sus padres, su hermana Manola... Y allí me compré una bandana que todavía guardo en algún rincón del trastero. Pantani aún no era el líder, pero no iba a tardar. El show comenzó unos días después y entre sus gestas todavía permanece en la retina aquella remontada en Oropa tras sufrir una avería. El italiano era el amo de la carrera... Y entonces, llegó Madonna de Campligio.

En la mañana del 5 de junio de 1999, en la salida de una penúltima etapa que iba a subir al Mortirolo, como en aquel 1994, Marco Pantani fue expulsado por superar el 50% de hematocrito. Un año después del 'caso Festina', el ciclismo estaba otra vez patas arriba. No sería la última. Heras ganó la etapa y Gotti se aseguró el Giro, pero yo ya estaba lejos de allí, camino de Cesenatico junto al fotógrafo Jesús Rubio y a Juan Antonio Alcalá, entonces en la SER. Aquella ciudad que diez días antes era una fiesta, ahora se había convertido en un lugar triste, cuyo único colorido venía de los turistas ajenos al drama. Apostados en la puerta de la finca donde vivía el ciclista, junto a un puñado de periodistas italianos, llegó un coche a bastante velocidad y derrapó a escasamente un metro de donde estábamos los enviados especiales de AS. Su padre, Paolo Pantani, salió enfurecido del vehículo mientras repartía insultos, amenazas y reproches: "Vosotros tenéis la culpa"... No se le puede tener en cuenta, sólo era el principio de la tragedia.

Pantani-madonna

Después de aquellas tinieblas, como si de la película 'Despertares' se tratase, Pantani volvió a tener alguna reaparición brillante, incluso una ácida polémica con Lance Armstrong, a quien nunca perdonó que presumiera públicamente de haberle cedido la victoria en el Mont Ventoux. "Armstrong tiene poco respeto por los rivales, debería aprender de campeones como Indurain", me dijo en una entrevista que le hice en Córdoba en 2002 durante la Vuelta a Andalucía. Pantani me atendió varias veces por aquellos años, siempre con gentileza. Incluso puedo contar una anécdota de aquel encuentro, en el que nos costó mucho trabajo convencerle de que posara para la cámara de Morenatti porque, según sus palabras: "Me teníais que haber avisado antes de la sesión fotográfica para haberme rasurado la cabeza". Al final accedió, a regañadientes, cuando le explicamos que el fotógrafo se había desplazado especialmente desde Sevilla para la ocasión.

Mucha gente me pregunta ahora por qué sigo admirando a Pantani a la par que repudio a Armstrong. Admito que hay cierta contradicción en ello, pero yo les veo como dos personajes muy diferentes. El 'Pirata', como muchos de su generación, como casi todos, vivió una época en la que el dopaje estaba generalizado en el pelotón. Y pagó por ello, a la larga incluso con la muerte, víctima de las adicciones, atrapado en un hoyo del que intentó salir muchas veces, sin lograrlo jamás. El texano, sin embargo, tuvo la oportunidad de coger la bandera de la limpieza, de utilizar su gran historia humana para levantar el ciclismo, pero, por el contrario, se dedicó a enquistar las malas prácticas y a amenazar, incluso con comportamientos 'mafiosos', a aquellos que se salían de su redil. Pantani fracasó en su segunda oportunidad. Armstrong está pagando ahora por ello, cuando los daños ya son catastróficos, con siete ediciones del Tour en blanco para vergüenza histórica. A mí me gustaría quedarme con la imagen del ciclismo valiente del 'Pirata'... Pero también que su vida sirva de ejemplo. De las enseñanzas que podamos extraer de las cualidades y de las miserias de Pantani se puede fabricar un gran ciclismo.


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