Nos hacemos viejos

Recupero un artículo que publiqué el 14 de noviembre de 2006 en NFLSpain. Hace cuatro años ya me horrorizó una posibilidad que se ha materializado esta semana: los San Francisco 49ers se marchan a Santa Clara y abandonan la Bahía. Perdonadme, pero sólo puedo pensar que el mundo es una mierda, que no queda romanticismo, que el pasado no le interesa a nadie y que las leyendas sólo sobreviven cuando le pueden dar dividendos a una multinacional. ¡VIVA LA REVOLUCIÓN! ¡SALVEMOS CANDLESTICK PARK! Llevo tiempo diciéndolo y no me creéis, pero el mundo se acaba y se acumulan las señales.

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Me ocurre como a muchos de vosotros. Seguro que estáis en el mismo caso que yo la mayoría de los que criáis canas, bailáis alrededor de la crisis de los cuarenta, o intentáis lanzar el balón de flag con el mismo spin que consiguen vuestros hijos. Darles el balón ovalado desde que estaban en la silla de bebé provoca esas humillaciones: "papá, tira bien, ¡que eres más malo que tó!".

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Y como yo, estaréis anonadados ante la posibilidad de que los 49ers de Joe Montana abandonen la Bahía.


Nos hacemos viejos

A mí eso de Santa Clara 49ers me suena más a nombre de empresa de seguros o de agua mineral. "San Francisco ha elegido en el draft..." pasaría a ser "Santa Clara ha elegido en el draft..." Que no, que no, que suena mal. Un tipo de Santa Clara no puede dar un golpe tardío y menos si es verdad que planean construir el estadio al lado de un parque de atracciones, en una gran zona de ocio. Pobres niños, entrarán en el estadio de Santa clara comiendo palomitas después de haber pasado la mañana en el parque de la Paramont, fotografiándose con Scooby Doo y los Pokemon, y se darán de bruces con Terrell Owens o Jeremy Shockey. ¿Alguien ha pensado en ellos? ¿Y en sus traumas?

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Pero para trauma el que tenemos los que, ya afectados por la crisis de las canas y las entradas, descubrimos que el equipo mítico de nuestros primeros pasos en el football americano se podría ir de San Francisco. Tengo que confesar que vivo anclado en el siglo XX. Lo del XXI no termino de digerirlo. Sigo contando en pesetas y me pierdo con el Euro; prefiero la trilogía de la Jungla de cristal a la de Matrix; Olivia Newton John a Britney Spears; LeCarré y sus novelas sobre la Guerra Fría a Dan Brown y sus pedales sobre Leonardo Da Vinci...

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En los ochenta todo era más sencillo. Ronald Reagan y Margaret Thatcher gobernaban el mundo, los malos estaban al otro lado del telón de acero, los computadores ocupaban edificios enteros, y el juego de ordenador por excelencia era el comecocos. Llevábamos melena y los vaqueros pasaban de la campana al tubo a velocidad vertiginosa. Girábamos la vista ante un Renault Alpine y soñábamos con los Mustang tuneados que aparecían en las películas americanas.

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Y los 49ers eran el football americano. No sabíamos lo que era la NFL ni cómo funcionaba ese invento. Sólo veíamos a un tipo que se llamaba Montana, un nombre típico de vaquero bueno en las películas de John Wayne. ¿Habéis visto a Montana? Y uno, que estaba en Babia, se imaginaba a un tipo con espuelas dándole una patada al balón en un campo lleno de bisontes. Por fin veías un partido en la tele, en el que siempre jugaban los 49ers, y te dabas cuenta de que no iban vestidos de vaqueros, sino de astronautas; de que no le daban patadas al balón, sino que lo lanzaban con las manos; y de que no entendías nada de nada, pero había un tipo, que se llamaba Montana, y que llevaba el número 16, que era un fenómeno. Y le pasaba el melón a un negro que llevaba el número 80 y que las cogía todas. El resultado era lo de menos. Por supuesto que ganaban los 49ers. Y cuando Montana no le pasaba a Rice, y le daba el balón a uno que llevaba el número 33 y que echaba a correr, te decías "esto es un rollo". Perdona Craig, sé que es una herejía, pero a mí, como a la mayoría, sólo me interesaban los pases de Montana.

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Por eso, por mucho que nos duela decirlo, todos los aficionados no estadounidenses de aquellos años éramos de los San Francisco 49ers. Y odiábamos a los Bengals porque estuvieron a punto de ganarles una Super Bowl... aunque ya sabíamos nosotros que Montana lo arreglaría en el último momento. ¡Nos ha fastidiao!


Montana

Y nuestra afición creció a partir de Montana y se desarrolló por distintos derroteros. Porque había que buscarse otro equipo cuanto antes. Ser de los 49ers durante demasiado tiempo era demostrar que no te enterabas de nada, que sólo sabías lo básico: Montana le pasaba a Rice y ambos ganaban los partidos. Y así, engañando a ese primer amor, buscamos nuevas sensaciones para demostrar que sabíamos del tema, y nos apuntábamos a Marino, a Elway o a Kelly. Otros hacían apuestas más atrevidas como Warren Moon o Cunningham, que sonaba a futbolista del Madrid y además corría mucho.

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Todos eran quarterbacks, y para la mayoría ellos eran la esencia del football americano. Tengo que confesaros que yo descubrí para qué servían los líneas ya bien entrado el siglo XXI.

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Esa visión romántica y poco comercial del deporte sigue grabada muy dentro en las gentes de nuestra generación. La generación de los aficionados que, aunque lo neguemos, somos de los 49ers. De los San Francisco 49ers. Y nos parece ridículo que se lleven el equipo 60 kilómetros al sur, lejos de la Bahía, y curiosamente muy cerca de la residencia de Joe Montana.

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Yo siempre he soñado con ir a San Francisco en un Ford Mustang del 68, con entrada de aire sobre el motor, escuchando música disco, para ver un duelo de la Bahía en el Candlestick Park con Montana y Rice en el campo. Ahora me quieren obligar a ir a Santa Clara en avión y a pasar la mañana en un parque de atracciones antes de ver un partido de football americano.

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¡Qué bajón!

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mtovarnfl@yahoo.es

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