Hazard

Dice Zidane, según escribo estas líneas, que “no es una vergüenza y estas cosas pueden pasar”. Pues nada. A celebrarlo en el spa de Valdebebas.

Mi sueño es que una quitanieves elimine la nieve que aún permanece en mi calle y que Lewandowski hubiera llegado al Madrid.

Acabó el partido y los jugadores athléticos se abrazaron en un corro de saltos eufóricos, mientras a Marcelino la alegría le desbordaba el rostro.

Puede que sea un problema de seguridad y confianza debido a la grave lesión sufrida, pero cada partido que no se arrima su figura se difumina y pierde identidad y valor.

La plantilla está ahora separada en dos bloques: los de siempre y los de nunca. Solo el ausente Rodrygo parece transitar entre esas dos aguas.

El Madrid, hablo del club, se pasó un día largo rezongando contra el partido de Pamplona. Su plan era viajar en la mañana de ayer, cuando, por cierto, estuvo cerrado Barajas, como era previsible.

Hazard tiene suerte de que su jefe está teniendo una paciencia infinita y de que la afición no puede acudir al Estadio.