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VUELTA A ESPAÑA | ETAPA 2

Soler ya es grande

El catalán remató el ambicioso trabajo del Movistar en tierras navarras y logró su primera victoria en una gran vuelta. Roglic bonificó seis segundos y sigue de rojo.

Soler ya es grande
©️ Photogomez Sport

La segunda etapa de la Vuelta transcurrió íntegramente por Navarra, tierra de confinamiento, de leyenda… y de ciclismo. Es la tierra que lanzó al Reynolds en la década de los 80 de la mano de José Miguel Echávarri, bien escoltado por Eusebio Unzué. Ese equipo que devolvió el Tour a España, que creyó en la reconquista de París. Y lo hizo con Pedro Delgado. También la cuna del pentacampeón Miguel Indurain, natural de Villava. De aquellas semillas, de las que tantos frutos brotaron, sobrevive hoy el potente Movistar, con sede en Egüés. El heredero.

El Movistar corría en casa. Y dejó su sello. El punto caliente de la etapa apuntaba a San Miguel de Aralar, una subida de 9,4 kilómetros al 7,9% de pendiente media, que se coronaba a 17 km de la meta de Lekunberri. Allá donde la leyenda cuenta que el arcángel, jefe de los ejércitos, salvó al caballero Teodosio de Goñi del ataque de un dragón. Teodosio cumplía entonces el castigo papal de arrastrar unas cadenas, después de haber matado a sus padres por un error al que le indujo el engaño de un diablo disfrazado de Basajaun, el Señor de los Bosques, un personaje mitológico al que muchos identificaran por la trilogía del Baztán de Dolores Redondo. El parricida fue perdonado por su fe. Y levantó un santuario.

El Movistar, diabólico, también probó su propio engaño a los rivales, especialmente a ese Primoz Roglic, jefe del ejército Jumbo y líder de la Vuelta. El equipo telefónico, o navarro, no esperó a San Miguel, sino que tensó la carrera en la bajada del puerto anterior, Urbasa, con el viento de aliado, lo que sorprendió a buena parte del pelotón. El maillot rojo tuvo que contrarrestar el ataque en primerísima persona. La carrera quedó tan lanzada, que los ciclistas no pudieron ni mirar de reojo a los auxiliares que ofrecían el avituallamiento al borde de la calzada.

Otros dos navarros de adopción, Andrey Amador y Richard Carapaz, un costarricense y un ecuatoriano que residieron en estas tierras, que defendieron con gallardía los colores del Movistar, propusieron sus propios planes. El Ineos también tenía ganas de jugar. En las proximidades de San Miguel atacaron a dúo, a 26 kilómetros de la meta. Un golpe valiente cuando sólo se llevan dos días de carrera. Fue rápidamente absorbido, pero se agradecen los detalles que despedazan los guiones. La Vuelta está divertida.

El anfitrión mantuvo su tren, liderado por Carlos Verona, y se cobró una víctima de las gordas: Tom Dumoulin. No está para estos trotes. Fue poco antes de que Luis León Sánchez, otro amigo de la casa, propusiera un ataque por la victoria de etapa. La general es para otros. Marc Soler tomó entonces la cabeza, metió una marcha más… El ritmo hizo mucha pupa. De la Cruz se descolgó. Luisle fue devorado... Sepp Kuss intentó desordenar el grupo, como hizo el día anterior en Arrate, pero no lo consiguió. Sí lo hizo Carapaz, para coger carrerilla ante el descenso. La marcha era trepidante, impropia de un inicio de gran vuelta.

Soler, todavía con fuelle tras su encomiable trabajo, enlazó por detrás en el descenso y, sin saludar siquiera a sus compañeros de viaje, siguió su camino en solitario. Hacia abajo. Hacia un triunfo de etapa merecidísimo para el Movistar, el equipo que puso el picante a la jornada. Es la segunda victoria de los telefónicos en esta extraña temporada, la primera de ellas, en Mallorca, allá por febrero, también de Soler. El catalán de 26 años se estrena así en una grande. Al fin. La valentía y el esfuerzo tienen premio.

La tercera etapa sale este jueves de Lodosa, en la confinada Navarra, una localidad que vio ganar a Roglic la contrarreloj del País Vasco en 2018. El esloveno, que arañó seis segundos de bonificación en Lekunberri, es hoy el jefe de los ejércitos, vestido de rojo, pero muchos demonios le acechan.