¿Por qué Jerry West es el logo de la NBA y quién hizo el diseño?
Jerry West, logo de la NBA, ha muerto a los 86 años. Leyenda absoluta de la competición, perdió seis Finales de las ocho que disputó ante los Celtics. Pero ganó el anillo de 1972 y descubrió a Kobe Bryant.
De todos los colores que componen la escala cromática, el verde es sin duda el que más odiaba Jerry West. En todas sus formas y tonalidades, sin ningún tipo de excepción y en un grado mayor que cualquier sentimiento de repulsa que pueda emanar del ser humano. Y con motivos más que justificados, merced a las seis Finales de la NBA en las que cayó ante los Celtics, ese equipo que puebla sus peores pesadillas, con la eterna (y eternizada) sombra de Bill Russell tapando la luz que parecía emanar de la ciudad de Los Ángeles todos los días del año excepto ese en el que la marea verde hacía su aparición. Los mismos anillos que Michael Jordan ganó en los 90 ante cinco rivales diferentes, fueron los que se escurrieron de los dedos de West ante un mismo equipo, ese que ganó 11 campeonatos y tuvo el mayo dominio que la NBA ha visto en su larga historia. Uno que, entre sus muchas víctimas, tuvo una que destacó por encima del resto: Los Angeles Lakers.
La historia de West está llena de adversidades, con las batallas perdidas contra los Celtics como la menor de todas ellas. Quinto de seis hermanos, recibió de niño los abusos físicos de su padre, por lo que tuvo que dormir con una pistola bajo la almohada por temor a tener que matarle en defensa propia. Agresivo durante su infancia, se volvió un chico tímido e introspectivo cuando su hermano David murió en 1951 en la guerra de Corea, hecho que marcó profundamente a West. La futura estrella de la Liga no tenía pinta de convertirse en alguien semejante, siendo un niño débil y escuálido que necesitaba que le inyectaran vitaminas y se mantenía alejado de los deportes por miedo a una lesión grave. Practicaba solo la caza y la pesca, al igual que lanzaba a canasta siempre que podía. Esto hizo que entrara en el East Bank High School, con quienes estuvo ligado en su adolescencia y educación secundaria. Marcado profundamente por los abusos de su padre y la muerte de su hermano, hechos que le influyeron notablemente en su carácter, el jugador se fue formando poco a poco, abandonando las dificultades derivadas de su escasa estatura para centrarse en la defensa y otras partes del juego que le ayudaron a desarrollar, siempre desde el trabajo, sus cualidades baloncestísticas, que incluían una gran capacidad reboteadora y una extraordinaria resistencia al dolor, como ya demostró en varios episodios durante su carrera profesional.
También su carácter, siempre solitario pero con un liderazgo demostrado a través del ejemplo, siendo la referencia de unas plantillas que siempre le siguieron. West desarrolló como directivo un buen discurso, pero se basó en el trabajo diario para motivar a sus compañeros durante su etapa como jugador. En su primer año en el instituto fue nombrado capitán y llevó a East Bank al campeonato estatal el 24 de marzo de 1956, promediando 32,2 puntos por partido. Esto llevó al colegio a cambiar su nombre a West Bank High School todos los años el 24 de marzo en honor a su prodigio, una práctica que se mantuvo vigente hasta que la escuela cerró en 1999. La influencia que todavía tenía en él su familia le hizo quedarse en Virginia para acudir allí a la Universidad, rechazando la oferta de otras 60 candidatas. Allí permaneció cuatro años, completando toda su formación, siendo nombrado dos veces All-American, MVP de la Final Four de la NCAA en 1959 y teniendo su número 44 retirado. Una proeza que le permitió acudir a los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, ganando el oro junto a contemporáneos como Oscar Robertson antes de dar el salto a la NBA (número 2 de la primera ronda del draft) y llevar su liderato a Los Ángeles, lejos por primera vez de su familia. Ese mismo año se casó con Martha Jane Kane, con la que tuvo tres hijos antes de divorciarse, 16 años más tarde.
“No vas a conseguir nada en la vida si solo te esfuerzas los días que te sientes bien”. La frase la dijo Jerry West en su etapa como profesional, pero hubo momento en los que pareció incluso que se iba a quedar solo con la primera parte y que se iba a retirar con las manos vacías. Finalmente consiguió el título en 1972, tras perder dos años antes ante los Knicks en las primeras Finales en las que se enfrentaría a un rival distinto a los Celtics, que culminaron en 1969 esos 11 títulos. Siete de ellos ante los angelinos, que vieron por el camino como eran los grandes derrotados en el primero, cuando todavía estaban en Minneapolis y el escolta hacía de las suyas en la West Virginia, y en el último, en uno de los mayores bochornos de la historia de las Finales. Ese día, los Lakers vivieron probablemente su derrota más dura, potenciada por los globos que el dueño de la franquicia, Jack Kent Cooke, había colgado de las vigas del viejo Forum, queriendo anticipar una victoria que nunca tuvo lugar y enfureciendo muchísimo a West, que finalizó el partido con 42 puntos, 13 rebotes y 12 asistencias, pero nada pudo hacer ante la canasta de Don Nelson en los últimos minutos que ponía el broche de oro ala dinastía celtic con un ajustadísimo resultado (108-106).
La estrella, que promedió 37,9 puntos en esa serie, tuvo que consolarse con el MVP de las Finales, premio que se estrenaba por aquel entonces y que luego sería rebautizado por David Stern en 2009 con el nombre de Bill Russell, para consternación de un West que vio entre bambalinas como su némesis deportiva le provocaba una nueva punzada de dolor, esta vez en un recuerdo lejano; pero que nunca se ha borrado de la privilegiada mente de su protagonista, que fue el primer MVP de las Finales, y hasta ahora el único que lo ha conseguido siendo parte del equipo perdedor. Y, curiosamente, consiguiendo algo que ya había hecho en la NCAA, cuando West Virginia cayó ante California en la final de 1959. Ni siquiera LeBron James, en su titánico esfuerzo en 2015, pudo igualar semejante hazaña a pesar de entrar para muchos en las quinielas. El alero promedió entonces 35,8 puntos, 13,3 rebotes y 8,8 asistencias, números que bien podrían haber sido recompensados con el premio, sin el que se quedó entonces a favor de Andre Iguodala, su emparejamiento en esa serie.
El Rey, por cierto, ha disputado ya más Finales que West, 10, y comparte con él parcialmente esa tendencia que para uno fue una tortura constante y para el otro, cosas de la mejor Liga del mundo, un motivo para ser elevado a lo más alto: la de perderlas. El escolta finalizó con una sola victoria en nueve intentos, regresando por última vez en 1973, ya con el anillo en el bolsillo y cediendo ante unos Knicks que eran, aunque a muchos les cueste creerlo, la referencia deportiva de Estados Unidos a principio de los 70. LeBron ha logrado cuatro, siendo el tercer jugador de la historia que más Finales ha perdido, con seis. Entre medias de los dos se encuentra Baylor, ese hombre que sentó en otra era las bases del perfil de jugador que ha llegado a ser el propio James, pero que tuvo una suerte infinitamente más pequeña, cayendo en las ocho que disputó y lesionándose a inicios de la temporada 1971-72. Sí, esa de las 33 victorias consecutivas con West y Chamberlain a la cabeza y que supuso, con el ansiado anillo, el mayor sentimiento de alivio que un jugador de la NBA ha podido llegar a sentir.
Kobe, el epicentro de la historia reciente de Mr.Clutch
Si al aficionado más joven le puede sonar Jerry West, es por haber sido el responsable de seleccionar a Kobe Bryant en el draft de 1996. Es sin duda su mayor proeza como directivo, una faceta en la que se inició en 1982 tras llevar durante tres temporadas (1976-79) a unos Lakers uniformes (balones a Jabbar) y con un enardecimiento tan bajo como el que su entrenador sentía por un cargo que siempre consideró un deber impuesto. Esos Lakers fueron un equipo monocorde, capaz de ganar partidos en regular season (53, 45 y 47 esos tres años) pero que chocaba en playoffs (las finales del Oeste de 1977 fueron el tope) por su falta de entusiasmo y las pocas propuestas en pista más allá de un Kareem Abdul-Jabbar que había aterrizado en Hollywood el año anterior para dar continuidad a esa tradición angelina de hombres altos por la que ya habían pasado George Mikan y Wilt Chamberlain. Entre el primero y el último, ya reconvertido al Islam, solo se ganó un campeonato, precisamente con West a la cabeza, añadiendo así un título a una racha que se había iniciado en Mineápolis pero que no tendría una continuidad real en cuanto a dominio hasta la llegada de Jerry Buss a la franquicia, dos décadas después del traslado a Los Ángeles. Junto con Magic, Worthy, Riley y el propio Jabbar, claro.
Precisamente con Magic Johnson tuvo West uno de sus pocos errores en los despachos, aunque nunca se le ha tenido en cuenta al no ocupar ningún cargo oficial por aquel entonces. Fue uno de los responsables de que Cooke, a punto de entregar la franquicia al Doctor Buss, estuviera dispuesto a dejar pasar al talentoso base de Michigan State para hacerse con los servicios de Sidney Moncrief. Y si bien el base de Arkansas, que finalmente recaló en los Bucks, tuvo una gran carrera (dos veces Mejor Defensor y cinco All-Star), nadie era comparable a un Magic que lo cambiaría todo, incluido el convertirse en el rookie mejor pagado de la historia con un sueldo anual estimado en medio millón de dólares, unas cifras altísimas hasta entonces y superadas solo un mes después por Larry Bird, que aterrizaba en los Celtics con 600.000.
La razón imperó ante la locura y el consejo de West quedó en el olvido. Al fin y al cabo, suyas fueron las pesquisas que hizo la franquicia a partir de 1982, cuando fue nombrado General Manager solo unos meses después de haber rechazado la posibilidad de volver al banquillo. En su lugar llegó un Pat Riley que conocía muy bien y con el que había compartido vestuario en el anillo de 1972, aceptando éste el puesto solo después de que el propio West accediera a ayudarle durante algunos partidos, y sabiendo que su ex compañero estaba de acuerdo con el nombramiento de un hombre que venía de ser asistente en los Lakers pero sin experiencias de tal magnitud, enfrentándose al desafío de dirigir a un contender nada más empezar. Su apoyo fue esencial para que aceptara, y solo con su guía pudo hacerse finalmente con un equipo que contuvo los egos de sus protagonistas gracias a la imponente figura que protegía el engominado pelo del nuevo entrenador. En esos primeros años de Magic Johnson en la NBA, coincidentes con la etapa inicial de Jerry Buss en la franquicia, el dueño solo dio pasos en la dirección correcta, consiguiendo desentenderse parcialmente de la parte deportiva y dedicarse a sus negocios y sus jóvenes parejas. En definitiva, a ocupar ese trono que era como un asiento en business, en el que tenía suficiente espacio para estirar las piernas y lucir esas camisas que vestía despreocupadamente y contrastaban con el glamour de la ciudad en la que se encontraba y la fortuna que poseía.
En apenas tres años, Buss se deshizo de Paul Westhead (tras amenazas y quejas de Magic) agradeciendo los servicios prestados, incluido el anillo de 1980 y le sustituyó por un hombre que se hoy día es una de las figuras más respetadas de la historia de la NBA y que se convirtió, por formas y fondo, en una referencia para el Fórum, que vio como en 1982 los Lakers conquistaban un nuevo título. Pero sobre todo, encontró un cargo a la altura de la figura de West, un hombre al que estaba empeñado en colocar en la franquicia a la que pertenecía y en la que había pasado 14 años como jugador y tres como entrenador, sin separarse nunca de ella en esos tiempos en los que parecía no hacer nada pero no paraba de dar rienda suelta a su mente e influencia. El exjugador ocuparía el puesto de mánager general con un apetito ignoto desde que había dejado las pistas y que se alejaba del mostrado como entrenador. Buss insistió lo justo para que West sintiera que podía ser imprescindible y éste aceptó sustituyendo en el cargo a Bill Sharman, su entrenador en el campeonato conquistado una década antes. Durante ocho años, casi una década, el tridente Buss-West-Riley manejó la entidad verticalmente y por ese orden, iniciando la era dorada de los Lakers, la del Showtime, que tuvo la mejor representación posible en pista (Magic y Kareem) y se tradujo en cuatro anillos, cinco si contamos el conquistado en 1980.
La calidad de West en los despachos fue sobradamente demostrada en esa década y finalmente constatada en la siguiente. Nada más aterrizar seleccionó a James Worthy en el draft de 1982, y bajo su mando llegaron otros nombres inherentes a ese mítico equipo, como Byron Scott o A.C Green. Éste último lo hizo tras el anillo de 1985, el tercero de la dinastía y el primero en el que batían a los Celtics en las Finales, una gozada que West disfrutó detrás del telar y tras enfrentarse a sus propios fantasmas un año antes, en el que los angelinos habían cedido ante Boston en el séptimo y definitivo partido, esa tortura china que Mr.Clutch vivió hasta en tres ocasiones frente a la marea verde y en cuatro de las ocho Finales que perdió como jugador. La venganza se completó en 1987, con un nuevo triunfo ante el eterno rival que supuso un nuevo anillo, repetido al año siguiente ante unos Pistons que se vengarían en 1989. Ya sin Jabbar, los de púrpura y oro aún tuvieron tiempo de llegar a las Finales de 1991, con Vlade Divac (otra adquisición de West) de pívot titular.
Fue el serbio precisamente el elemento utilizado por el directivo para seleccionar a Kobe Bryant en 1996. Dos temporadas antes, Mitch Kupchak se había hecho con el cargo de General Manager, pero West seguía ocupando un puesto de responsabilidad como era el de Vicepresidente Ejecutivo. En su primer curso en el cargo, ganó el premio a Ejecutivo del Año, tras contratar a Del Harris como entrenador y solventar la catastrófica ausencia en playoffs de 1994 (la cuarta de los Lakers en toda su historia), algo que una franquicia como esa no se podía permitir. Los angelinos consiguieron 15 victorias más que el año anterior (48-34) y llegaron a semifinales del Oeste, permitiendo West que se llevara una transición favorecida por una plantilla que tenía entre sus filas a gente como Elden Campbell o Cedric Ceballos. Eso sí, West sabía que ese equipo tenía un techo y esperó pacientemente el momento de dar un golpe sobre la mesa, algo que consiguió en 1996. El fichaje de Shaquille O’Neal fue la gran noticia del verano, pero la jugada maestra se llevó a cabo unos días antes, y su protagonista fue un chico del Lower Marion High School en el que West había visto algo que el resto no.
El directivo apalabró con los Hornets el traspaso de decimotercer pick del draft a cambio de un Divac que nunca perdonó aquel movimiento y cuyo deseo era quedarse en Los Ángeles, donde tenía una vida muy cómoda junto a su mujer. El serbio pensaba que su servicio había sido el adecuado, solventando con nota el papel de sustituir a Jabbar en un lugar en el que nunca estaría a la altura de los pívots que por allí habían pasado, pero en la que había puesto mucho tesón y esfuerzo, con las Finales de 1991 y un gran papel en los años de transición. Sin embargo, la NBA es un negocio, y West tenía que liberar espacio salarial para fichar a un O’Neal que tenía apalabrado y que llegaría el 18 de julio, una semana después de que se hiciera efectivo el traspaso de Kobe. Los Hornets necesitaban un pívot y a los Lakers les sobraba uno, algo que el directivo vio como una oportunidad de oro para hacerse con un chico que consideraba una futura estrella. West no les dijo a los Hornets a quién tenían que seleccionar hasta justo antes de que les tocara por miedo a que cambiaran de opinión, y el agente de Kobe avisó de que no quería jugar en Charlotte antes y después de que David Stern pronunciaran el nombre de un hombre que cambiaría la historia. Aquel chaval de apenas 17 años (debutó con 18) que había humillado en las prácticas con los equipos a la mayoría de sus rivales, tenía un uno contra uno excepcional y un aura especial que maravilló a un West que vio en él el futuro de los Lakers. Y, ya se sabe, estaba en lo cierto.
Hoy, hace casi 24 años que West tomó la decisión más importante de su carrera en el baloncesto, algo que hizo 22 después de retirarse. Incluso temporalmente son coincidentes las fechas de un hombre que ha sido el epicentro de su dedicación al baloncesto y con el que tuvo una conexión especial que trascendió a lo personal, como demostraron las lágrimas vertidas tras la muerte de Kobe el pasado 26 de enero. Kobe Bryant comprendió, igual que West en su día (y como Magic en los 80) la grandeza de la franquicia a la que estaría ligado hasta su retirada y la idiosincrasia de la ciudad en la que se encontraba, haciendo, al igual que el hombre que apostó por él en el draft e hizo del trabajo y el esfuerzo su santo y seña. Incluso el apodo de West, Mr.Clutch, cuadra con uno de los mayores talentos atribuidos a Kobe, el de hacer tiros ganadores, siendo el que más ha conseguido en la historia. Ese 11 de julio de 1996, 15 días después del draft, Jerry West haría la que probablemente sea su mayor aportación al baloncesto. Algo que, en un hombre de su grandeza, es decir mucho.
El divorcio con los Lakers y las nuevas aventuras
Ese verano, el legendario exjugador juntaría a Shaq y Kobe, iniciando un proyecto que daría tres campeonatos a los Lakers, los primeros desde el Showtime. Y aseguró 20 años a la franquicia, todos los que disputó Bryant, que hizo buenos los pronósticos de su descubridor, con la camiseta angelina. Eso sí, West no los vería todos como miembro de los Lakers, ya que salió por la puerta de atrás en el verano del 2000. Ya amagó con retirarse en 1998, fruto del estrés que siempre deja la NBA, pero aguantó hasta hacer otros movimientos marca de la casa, fichando a Phil Jackson para la temporada 1999-00.
Ha habido una intensa rumorología por la decisión de West de abandonar los Lakers, y ésta sigue siendo objeto de debate hoy en día. Lo cierto es que el cansancio alegado fue una obviedad, pero su papel con la plantilla cambió mucho con la llegada de un Phil Jackson que cobraba 8 millones al año, más que ningún otro entrenador en la NBA y un sueldo auspiciado por el Doctor Buss y que West nunca vio justo. El Maestro Zen venía de ganar seis anillos en la década de los 90 y no perdía una serie de playoffs desde 1995. Pronto se hizo patente la influencia que desarrolló sobre un Jerry Buss que se quedó sorprendido que le prometiera “tres o hasta cuatro anillos” el mismo día de su presentación. Jackson tenía su modo de hacer las cosas y no sólo llevó a Los Ángeles a Tex Winter y su triángulo ofensivo, también esa costumbre de mantener a los jugadores aislados y alejados de la directiva, algo que no le gustaba. Su animadversión hacia la parte ejecutiva, un sector del baloncesto que nunca ha llegado a comprender (como demostró en los despachos de Nueva York), venía de la mala relación desarrollada con Jerry Krause y, en menor medida, Jerry Reindsford, en los Bulls, y no iba a permitir que nadie se inmiscuyera de nuevo en su trabajo.
Jackson prohibió que los directivos viajaran en el autobús del equipo, una regla que se saltaron en ocasiones el General Manager Mitch Kupchak y un Jim Buss que iba ganando poder en la franquicia de su padre y que perdería años después el Juego de Tronos particular con su hermana por el control total de los Lakers. Sin embargo, a nadie le molestaron estas medidas tanto como a West, que tuvo un contacto cada vez menor con Shaq y, sobre todo, con un Kobe que iba a su despacho antes de que llegara Jackson a preguntarle, en su eterna obsesión por el juego, como era posible que hubiera promediado 30 puntos por partido en la 1961-62 cuando Elgin Baylor también había hecho lo mismo. Tras un partido de las finales del Oeste ante los Blazers, se precipitaron los acontecimientos: Jackson pidió a West que abandonara el vestuario para poder hablar a solas con los jugadores, algo que éste se tomó como un insulto. En ese momento, el directivo tomó la decisión de abandonar una franquicia a la que había dado 40 años de servicio.
La relación con Jackson fue el detonante de un divorcio anunciado y potenciado por muchos gestos que West nunca consideró justos hacia su persona. Su intachable reputación dentro de la mejor Liga del mundo, de la que era el logo (luego hablaremos de esto) no iba acorde al trato que había recibido de la franquicia a la que había dedicado su vida en cuerpo y alma. West lideró a los Lakers a un campeonato y nueve Finales, convirtió a la franquicia en el eterno aspirante y el mayor rival de los Celtics de Russell, aceptó ser entrenador cuando no quería y demostró unas dotes espectaculares en los despachos, siendo responsable de la llegada de Pat Riley y limando las bases de un proyecto que dominó los 80, antes de reconstruirlo hasta volver a guiarlo al campeonato, con responsabilidad directa en las llegadas de Kobe, Shaq y Phil Jackson (y Derek Fisher, Ron Harper, Robert Horry, Brian Shaw…). Por todo eso, West nunca entendió que el Doctor Buss, que tanto se esforzó en traerle en su día, le ofreciera a Magic una pequeña parte de la propiedad del equipo y no tuviera la misma deferencia hacia él. Como tampoco el empoderamiento que ganó el tío Phil, cuya relación con Jeannie, hija de Jerry, le permitió tener (durante algún tiempo) acceso a unos despachos vetados para los entrenadores más allá de esos que, en la segunda década del siglo XXI, han juntado banquillos y directiva, una costumbre que nunca ha tenido demasiado éxito, ni ningún tipo de arraigo.
Además, la relación personal que West mantenía con el ya mencionado Jerry Krause no gustaba a Jackson, que tampoco le perdonó a Mr.Clutch la mayor petición que hizo en su llegada: la de Scottie Pippen. El técnico consideró que su homólogo en los despachos no hizo lo suficiente para hacerse con un jugador que conocía perfectamente el triángulo y venía de hacer buenos números en los Rockets, pero acabó fichando por los Blazers. En su lugar, West consiguió a Glenn Rice, un alero que había sido all-star y que acabó siendo clave en la consecución del campeonato, pero esto no fue suficiente para Jackson. Las diferencias con el Doctor Buss eran grandes, pero los problemas con el Maestro Zen eran casi irreconciliables, con temas monetarios ya mencionados y diferencias también en cuanto a gustos, con West siempre favorable a un Kobe que veía el baloncesto igual que él, al contrario que el entrenador, que siempre tiró más hacia Shaq. Irónicamente, la defensa de Buss al propio Bryant en los años siguientes acabó propiciando la marcha del propio Jackson, que había pedido el traspaso de un jugador cuyo ego solo es comparable a su talento, pero que contaba para el dueño con más argumentos para ser la cara de la franquicia por encima de un O’Neal que empezaba a perder luz. En esa primera etapa, Jackson siempre fue contrario a Bryant, con el que tuvo infinitos problemas, y eso llevó a tener diferencias con West y, a la larga, con Buss.
De una forma u otra, The Logo ponía punto y final a una aventura a la que ya no ha regresado. Fiel a su estilo, sigue sin vestir prendas verdes que le recuerdan esa tortura que no quiere revivir, pero no ha recuperado su relación con la franquicia, si bien nunca mencionó nada malo de ella y agradeció todo lo que habían conseguido en un comunicado en el que, por cierto, no mencionó a Phil Jackson. En 2007, hubo rumores que afirmaron que Kobe Bryant exigió a los Lakers que West volviera a sus funciones a pleno rendimiento como condición indispensable para continuar en una franquicia que venía de dos años complicados, con el escolta monopolizando el ataque y haciendo récords anotadores pero sin lograr levantar el vuelo del equipo. Tanto West como Kobe negaron este hecho, y si bien el directivo no tenía equipo ese verano no regresó a unos Lakers de los que Bryant al final no se fue. Un acierto, tal y como atestiguan las tres Finales y los dos campeonatos que ganó tras ese movido verano.
En 2008, por cierto, cayó contra los Celtics, a los que venció en 2010. Las dos últimas ocasiones en las que la eterna rivalidad, que se inició con el propio West, ha tenido lugar. En total, ambas franquicias han disputado 12 Finales, ganando nueve los Celtics, seis de ellas a los Lakers de West. Y de esas seis, tres fueron en el séptimo partido y dos más se resolvieron en seis. Una venganza que el exjugador se tomó como directivo, viendo como sus movimientos permitían a los Lakers ganar 10 anillos entre 1980 y 2020, por los cuatro de los Celtics… cinco y uno si contamos los últimos 30 años. Una última era dominada por el corazón dorado de Los Ángeles por encima de sus eternos enemigos, que fueron la referencia de la primera parte de la historia de la NBA, pero siguen viviendo, en ciertos debates, de un pasado cada vez más lejano.
Curiosidades al margen, West se tomó un tiempo para reorganizar sus ideas antes de poner rumbo a Memphis. Una decisión extraña en un mercado pequeño que vivió con su figura la mejor racha de su historia. “Después de ser parte del éxito de los Lakers durante tantos años, siempre me he preguntado cómo sería construir una franquicia ganadora que no haya tenido mucho éxito. Quiero ayudar a marcar la diferencia”, aseguró el directivo. En 2004, tras una temporada de 50 victorias en la que había fichado a Hubie Brown, ganó su segundo premio a Ejecutivo del Año, ganando Brown el mismo premio a entrenador. Los Grizzlies jugaron playoffs tres temporadas consecutivas y Pau Gasol se coló en el All-Star de 2006, logros muy grandes para un equipo muy pequeño. West se fue en 2007, pero a la retirada y no a los Lakers (para desesperación de Kobe) y por mucho que se prodigara por el Staples de cuando en cuando e hiciera apariciones estelares en celebraciones muy concretas. Ahí se mantuvo hasta 2010, cuando fichó por los Warriors como asesor, ese puesto tan extraño muy en boga hoy en día que sirve para tener en nómina a importantes nombres que pasan, en ocasiones, sin pena ni gloria.
No iba a ser el caso de West, que si bien no tuvo un papel tan importante como en Lakers o Grizzlies, hizo cosas esenciales para el futuro de la última gran dinastía de la historia de la NBA. Fue él quien aconsejó a Bob Myers que no se llevara a cabo el traspaso que iba a intercambiar a Klay Thompson por un Kevin Love que en ese momento estaba en los Wolves y que acabó en los Cavs poco después. Klay fue esencial para los tres campeonatos en cinco Finales conquistados por los Warriors, y West propició, utilizando más su influencia que su acción directa, fichajes como el de Iguodala o Kevin Durant. Y fue favorable a la llegada de Steve Kerr, un técnico sin experiencia, al igual que décadas antes había propiciado que Pat Riley ocupara un banquillo destinado a grandes cosas. West tuvo en Golden State su último contacto directo con Kobe en público, el año de la retirada de este y en el último encuentro que disputó en Oakland.
West estuvo seis años con los Warriors antes de fichar por los Clippers como consultor. Su regreso a Los Ángeles se hizo con nuevas dosis de magia, siendo el promotor de que se traspasaron jugadores como Tobias Harris, reforzando el poder de Doc Rivers y haciéndose con los servicios de Kawhi Leonard y Paul George y convertir a ese hermano malo en el principal favorito a la NBA. Ahí es donde se encuentra en estos momentos, en la ciudad que le vio nacer, su casa adoptiva más allá de la original, West Virginia, y en la que ha pasado la mayor parte de su vida, conociendo allí a su segunda esposa, Karen, con la que ha tenido dos hijos. Una vida dedicada al baloncesto y con muchas dosis de éxito, pero siempre marcada por las dificultades vividas en su infancia, que influyeron notablemente en una personalidad nerviosa e introvertida, muy particular y que le ha granjeado triunfos profesionales y dificultades en sus relaciones, siempre marcadas por una manera única de hacer las cosas. Y una historia que se acaba el 12 de junio de 2024, con la muerte del mito.
El logo
Desde luego y al margen de todo lo acontecido, hay una cosa más por la que se conoce a Jerry West, quizá la más famosa de todas: ser el logo de la NBA. Pero, ¿es realmente West el que está en la mítica imagen que acompaña siempre a la mejor Liga del mundo? Oficialmente, esto nunca ha sido así, pero es una obviedad supina que se trata de su exacta fisonomía, delgada, tan característica, lejos de los cuerpos atléticos de hoy en día pero capaz de rebotear de forma excepcional y ser un jugador total que dominaba todas las facetas del juego. Pero extraoficialmente, es obvio que se trata de West, que nunca ha reconocido ser él ni tampoco ha recibido dinero por la misma, a pesar de recibir la imagen ingresos de 3 mil millones de dólares anuales en licencias. La inteligencia mostrada por contemporáneos como Pat Riley, que patentó la palabra tripitir (three peat) en los 80 e hizo clin clin caja cada vez que era utilizada en las décadas siguientes, nunca interesó a un West que siempre ha huido de las preguntas sobre el logo.
La silueta de un jugador en color blanco y fondo azul y rojo (los colores de la bandera de los Estados Unidos) en ambos lados, junto la palabra ‘NBA’, es la seña de identidad de una competición reconocible en los cinco continentes, a la altura de otras marcas como McDonald’s o Coca Cola. Fue creada en 1969, año de las fatídicas Finales que colmaron la paciencia de su protagonista. Walter Keneddy, comisionado de la competición (no siempre estuvo David Stern), fue el promotor de la idea, pensando en la pujanza que mantenía la NBA con la ABA y su creciente popularidad por aquel entonces. Ambas competiciones tenían un logo similar, y Keneddy le encargó al publicista Alan Siegel la creación de una nueva marca, algo que hizo inspirándose en una foto de Jerry West en el All Star que era dinámica, vertical y captaba la esencia del juego. El propio Siegel reconoció que estaba inspirada en West, pero la NBA nunca lo confirmó explícitamente, ni con Keneddy ni con los hombres que ocuparon posteriormente su cargo (Larry O’Brein, David Stern y Adam Silver). De hecho en la época de Stern, el portavoz de la competición Tim Frank dijo eso de “no hay constancia de que sea Jerry West”.
Siegel intentó explicar la negativa a reconocer la identidad de la silueta por parte de la NBA tiempo después: “Quieren institucionalizarlo en lugar de individualizarlo. Se ha convertido en un símbolo tan clásico y ubicuo y en un punto focal de su identidad y su programa de licencias, que no quieren identificarlo con un solo jugador”. En estos tiempos tan difíciles, se llegó a debatir dentro del conglomerado de la opinión pública sobre si se debería cambiar el logo para que Kobe Bryant lo ocupara, como homenaje póstumo a su carrera y para solventar el increíble dolor que ha dejado su pérdida. Algo de lo que, sobra decirlo, nada ha querido saber West, muy interesado en Kobe e incluso llorando en directo ante su pérdida, pero sin mencionar nada de ese dibujo que representa su silueta.
Al final, qué más da. Entre todo lo contado, puede parecer que no hay un merecido reconocimiento a West, ni por parte de la NBA (otra vez el logo), ni de los Lakers, sobre todo en ese pasado con el Doctor Buss. Sin embargo, es puramente objetivo hablar de Jerry West como una de las personalidades baloncestísticas más importantes de la historia. Como jugador, disputó 14 All-Star, estuvo en nueve Finales, fue campeón y se retiró con más de 25.000 puntos, teniendo su número retirado en lo más alto del Fórum primero y del Staples después, y entrando en el Hall of Fame. Como directivo, ha participado directa o indirectamente en ocho campeonatos (1980, 1982, 1985, 1987, 1988, 2000, 2015, 2017) con dos franquicias diferentes, ha pasado en total por cuatro y ha ganado dos veces el premio a Ejecutivo del Año.
West (casi) nunca ha estado considerado, en las eternas e irrisorias discusiones contemporáneas, como un top ten histórico, y a menudo pasa desapercibido para un aficionado medio que solo cuenta a Wilt Chamberlain y Bill Russell (más por obligación que por convencimiento) dentro de esa época tan lejana de nuestros ojos, histórica pero prehistórica. Sin embargo, West fue un jugador espectacular, único en su especie, y un personaje de absorbente análisis, nervioso en su carácter y que lideraba predicando con el ejemplo. Un hombre marcado por su pasado y constructor del futuro. El interés por su figura se demuestra en esa biografía de Jonathan Coleman escrita en 2011 (West by West: My Charmed, Tormented Life) que se convirtió en un best seller en Estados Unidos, considerada la mejor historia de su vida y en la que el propio West revela haber sufrido depresión por los abusos de su padre.
Como directivo, jugador o entrenador, Jerry West ha sido valorado desde diferentes puntos de vista, pero cuenta con unanimidad a la hora de recibir una importancia mayúscula dentro de la historia de la NBA. La leyenda fue, es y será siempre recordado como una de las figuras más importantes que ha tenido la mejor Liga del mundo, al que le ha dedicado toda su vida y al que sigue ligado hoy que cumple 82 años. La competición, más allá de todo lo acontecido, es imposible entender sin él, al igual que un juego que transformó (con ayuda de otros) por completo, por mucho que al aficionado le (nos) cueste recordarlo. Todo eso y mucho ha sido, es y será un Jerry West que muere a los 86 años, pero deja tras de sí un legado eterno. Genio, figura y logo.