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HISTORIA DE LA NBA

Cuando los Knicks ganaban: Mr.Cool, Reed, Holzman y el Madison como centro del mundo

Frazier, Reed, Holzman... aunque parezca mentira, los Knicks fueron el epicentro de la NBA a principios de los 70, con dos anillos y un equipo para la historia.

Walt Frazier se dispone a lanzar durante un partido de los New York Knicks de la NBA, en 1974
Dick RaphaelDIARIO AS

Todo tiempo pasado fue mejor. Esa frase que tan poco gusta a las generaciones actuales, nunca ha sido tan aplicable a un caso como lo es con los Knicks. Porque parece mentira, pero la franquicia neoyorquina fue hace mucho tiempo, la referencia de la NBA. Y no solo en el ámbito baloncestístico, también en el deportivo y cultural. Como si de un mal chiste se tratase, los Knicks representaron, hace infinidad de años, ese glamour inherente a una franquicia que ahora no tiene ni eso, y ese discurso hollywoodense que antes de trasladarse a Los Ángeles de la mano de Jerry Buss tuvo sus dosis de magia en Nueva York. Ni los Lakers de George Mikan o los Celtics de Bill Russell, dinastías que dominaron los inicios de la competición y que representan hoy recuerdos lejanos, tan históricos como prehistóricos, tuvieron tanta relación con la idiosincrasia de una ciudad llena de luz, transgresión y cambio, con ramalazos de ilustración y progresismo y una base sólida de ciudadanos reivindicativos, que contrastaba con esa otra cara que marcaba, a pasos agigantados, el rumbo del capitalismo, tan bien representado en Wall Street.

Han pasado 47 años desde el último campeonato de los Knicks. Casi medio siglo en el que se ha hablado de la ciudad como el mejor destino para los agentes libres, del mercado de la franquicia como el más grande de todos y de la entidad, esa tan ilustre, como la que ha desarrollado una cultura intrínseca al corazón de Estados Unidos. Sin embargo y por desgracia, aunque esa población civilizada y con ricos y extravagantes intereses sigue siendo así, el equipo es una sombra de lo que fue. La pomposidad ha quedado desprovista de sentido y la idea de forjar celebridades en pista a base de coleccionarlas en las gradas ha quedado coja de una pata, sin deportistas que representen la grandiosidad (y grandilocuencia, claro) del Madison, con ese público que sale en la televisión con ropajes nada baratos, variopintas compañías y una pose muy característica. De hecho, la afición de los Knicks siempre ha sido semejante a la de Los Ángeles en ese aspecto, de difícil mutación, con tonalidades frías en cuanto a la adoración a unos deportistas que antes, en Nueva York, eran tan solicitados como ellos, y ahora lo son infinitamente menos.

Mucho en ello ha tenido que ver James Dolan, ese amigo de los excesos que ha pasado de gastar a malgastar, sobre todo en lo que se refiere a contratos demasiado altos para jugadores demasiado pequeños y movimientos arriesgados que han acabado hundiendo lo poco que ha parecido prometedor. Eso pasó con el fichaje de Carmelo Anthony, una estrella muy deseada por el dueño, pero cuya llegada truncó la progresión que llevaba una plantilla liderada por el mejor Raymond Felton (que salió de la Gran Manzana en el traspaso) que ha visto la NBA, formando pareja con un Amar'e Stoudemire que quedó desprovisto de balón con la llegada del alero, sin un distribuidor al que siempre ha necesitado para realizar un pick and roll que ha sido su santo y seña y que se convirtió en un arma irrisoria dentro de un esquema, el de Mike D'Antoni, en el que era la primera, segunda y tercera norma. Ni entrenador ni ala-pívot (en números de MVP hasta entonces) se consiguieron adaptar a un Carmelo que juega de una manera muy particular y que se convirtió en el hijo pródigo de una ciudad que añora como ninguna aquellos maravillosos años.

Antes de todo eso, y solo un poco después de que finalizara la II Guerra Mundial, los Knicks se presentaban ante el mundo. Lo hacían en la BAA (Basketball Association of America), de la que son miembros fundadores, siendo hoy uno de los dos equipos que se mantiene en su ciudad de origen (junto a Boston Celtics). Los Knicks disputaron varias Finales a inicios de los 50, con Joe Lapchick en los banquillos y Harry Gallatin de referencia en pista, pero no fue hasta los últimos años de la década de los 60 cuando empezarían a tener mimbres para asaltar el campeonato. Fue tras unos años difíciles, con el peor récord de la NBA de 1960 a 1966 y muchas dificultades que empezaron a solventarse con altas rondas del draft procedentes de esos paupérrimos balances. Willis Reed llegó en 1964 y fue Rookie del Año, Bill Bradley y Dave Stallworth lo harían en 1965, y Walt Frazier completaría la joya de la corona en 1967, en el quinto puesto del draft. Solo unos meses antes, las 36 victorias de la 1966-67 les permitieron llegar a playoffs por primera vez desde 1959, sumando entre medias 181 victorias en 474 partidos, una crisis pantagruélica que finalizó con la llegada de Red Holzman, el arquitecto que permitió llevar a los Knicks a lo más alto.

Los Knicks de Red Holzman: llegan los anillos

Para entender a esos Knicks hay que tener en cuenta el contexto en el que se desarrollaron. Holzman llegaba al final de una década en la que la evolución amenazaba a una NBA siempre preparada para adaptarse a los nuevos tiempos, con una serie de hitos que incluían las hazañas anotadoras de Elgin Baylor, el promedio de triple-doble en la 1961-62 de Oscar Robertson o los 100 puntos en un partido de Wilt Chamberlain. Los Knicks se convertían en competitivos en el ocaso de los Celtics de Bill Russell, que todavía tuvieron tiempo de ganar el anillo de 1968 y 1969, los dos primeros años de la llegada de Holzman. También en las últimas balas de los Lakers del ya mencionado Baylor, que compartía equipo con un tal Jerry West y las nueve Finales que disputó a lo largo de su carrera, ganando una sola, precisamente a los Knicks. O los Sixers de Billy Cunningham, que se impondrían también a la eternizada sombra de los Celtics con Wilt Chamberlain a la cabeza, en el que fue definido por el pívot como "el mejor equipo de la historia".

Sin embargo, eso no fue lo único a lo que se tuvieron que enfrentar los Knicks. Nueva York se volvería cosmopolita en los 70, con nuevos barrios étnicos, pero esto fue fruto de los acontecimientos de la década anterior, que sacudieron los cimientos de la cultura norteamericana y tuvo su epicentro en la metrópoli neoyorquina. Pronto, la urbe constató ser una ciudad clave dentro del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, liderado por un Marthin Luther King, asesinado en 1968, apenas unos meses después de la llegada de Holzman a la NBA. El movimiento violento organizado por Malcolm X también fue cuna de una serie de reivindicaciones sociales que afectaron sobremanera a la ciudad y que tuvieron su origen en el barrio de Harlem. Y todo, dentro de una década que también vivió, en la misma ciudad, los disturbios de Stonewall (1969), primera ocasión en la historia del país en el que la comunidad LGTB reivindicó sus derechos; y a nivel nacional, el asesinato de Kennedy, que tuvo lugar en Dallas, Texas, siete años antes (en 1962).

Nueva York se encontraba pues en plena ebullición, con cambios constantes que permitieron que llegara a la ciudad un inopinado progresismo que vio con optimismo la combinación que suponía la llegada de un entrenador blanco, nacido en Booklyn y con raíces en la metrópoli con dos jugadores, Frazier y Reed, criados en Virginia y Louisiana respectivamente. La NBA ha querido estar (casi) siempre a la vanguardia de diversos cambios sociales, que supo aceptar muy bien superando barreras raciales desde los 50 antes de convertirse en lo que comúnmente se llamó luego, un deporte de negros, algo que se mantuvo hasta la llegada de Larry Bird. Sin embargo, la figura de poder que representaba el entrenador fue mayoritaria y tradicionalmente blanca, una costumbre que se mantiene hoy en día. De hecho, todos los entrenadores de la Gran Manzana habían sido blancos, y no fue hasta la llegada de Willis Reed, que cambió la pista por el banquillo, cuando cambió una regla no escrita pero que tardó mucho en ser superada, algo que todavía no ha hecho del todo. Pero más allá del color de la piel, era el carácter de los protagonistas lo que creaba recelos, con Frazier en particular habiéndose criado en un ambiente en el que la discriminación racial le obligó incluso a trasladarse a Illinois durante su etapa universitaria.

Red Holzman era un amante de la simplicidad. Nunca defendió un sistema de juego concreto, ni fue el típico que se quedaba despierto hasta horas intempestivas maquinando excepcionales jugadas. Quería mover el balón en ataque y defender bien, siendo esto último una constante dentro de su estilo. Sus dos reglas principales eran "mira a la pelota" y "pasa al que está libre". Aparte de eso, a Holzman le encantaba presionar en toda la pista y era muy amigo del juego abnegado, sin las grandes porciones de egocentrismo que predominan hoy en día. "En un buen equipo no hay superestrellas. Hay excelentes jugadores que demuestran que lo son por la capacidad de jugar en equipo. Poseen la facultad de ser superestrellas, pero, si se incorporan a un buen equipo, realizan sacrificios para contribuir a la victoria. La cifra de los salarios y de las estadísticas no tiene importancia. Lo que cuenta es cómo juegan juntos". Esa era, exactamente, su filosofía.

Tras un primer año complicado en el que no se terminó de ganar la confianza de su entrenador, Frazier se fue a 17,5 puntos y 7,9 asistencias como sophomore, añadiendo Reed 21,1 tantos y 14,5 rebotes. Ese año cayeron contra los Celtics en las finales de División (que no de Conferencia, como se pasó a llamar poco después), antes de conquistar el anillo en 1970, en una de las exhibiciones más impresionantes que jamás ha vivido la ciudad de Nueva York. Frazier cuajó una regular season de 21 puntos y 8 asistencias, con Reed en números parecidos al año anterior (21,7+13,9). Sin embargo, no fue hasta las Finales donde la ciudad de Nueva York experimentó su momento culmen. Curiosamente, el Madison Square Garden, erigido en 1968, cogió lo mejor de sus rivales en esas Finales, los Lakers, ese guión hollywoodense que dejaba de lado la fina ironía de un cineasta neoyorquino en ascenso como era Woody Allen y convertía el séptimo partido en un cuento épico que nadie ha olvidado.

Reed se lesionó en el quinto partido, cuando promediaba 32 puntos y 15 rebotes, un hecho que lo cambió todo. Intentó disputar el sexto, pero solo pudo hacerlo 8 minutos antes de ceder al dolor y retirarse. Nadie pensaba que fuera a jugar el séptimo partido, pero antes de que sonara el pitido inicial, el speaker Marv Albert exclamaba: "¡Aquí viene Willis! ¡El público está eufórico! Willis pasa por delante de la mesa de anotadores, toma una pelota. Los Lakers han dejado de lanzar, ¡ahora están observando a Willis!". Reed jugó 27 minutos y dejó a Chamberlain en 2 de 9 en tiros antes de irse al banquillo, con el Madison rendido a sus pies. Curiosamente, fue tras la marcha de Walt Bellamy y sus peleas por el liderato cuando finalmente se erigió como el líder espiritual del equipo. La carga emocional dio la victoria a los Knicks, que se coronaron por primera vez en su historia con 36 puntos y 19 asistencias de Frazier, 21 puntos de Dick Barnnet y 17 rebotes de Dave DeBusschere, que había llegado en el traspaso por Bellamy.

Todo tiempo pasado fue mejor

Desde luego, Nueva York no ha vuelto a ver nada parecido, al menos baloncestísticamente hablando. Reed fue elegido MVP de esas Finales, dentro de una narración épica, casi poética. En 1971 disputó su último All Star, pero se mantuvo en el equipo hasta 1974, cuando se retiró. En esos años cedió el protagonismo a Frazier, que asumió su papel con mucha personalidad y hoy todavía sigue siendo el mejor base de la historia de la franquicia. Los Knicks volverían a jugar las Finales en 1972, con venganza de unos Lakers que cuajaron una de las mejores temporadas de su larga historia (69-13 y anillo). Chamberlain se fue a 24 puntos y 29 rebotes en el quinto y definitivo encuentro ante los neoyorquinos, desmadejados por las lesiones, con Reed renqueante y DeBusschere tocado la mayor parte de la eliminatoria. Jerry West ganaba, por fin y tras 12 años en la élite, su primer anillo de campeón. Uno sin el que, por cierto, se quedó Baylor, retirado a mitad de campaña por una lesión. Los Lakers le dieron la réplica, pero la NBA nunca reconoció como campeón al alero, prolífico anotador.

En 1973, los Knicks conseguirían el segundo y último anillo de su historia. Frazier les lideró a las Finales con 25 puntos en el séptimo partido de las finales del Este, en la que eliminaron a los Celtics del 68-14 en una serie histórica. Curiosamente, fue Mr.Cool (así le llamaban) el que encajaría mejor con la ciudad, con sus extravagantes trajes y su interés por la moda. El playmaker se supo mover perfectamente en un contexto y una nueva década, la de los 70, donde el Power Black y la estética Black Noir estaban en auge. De nuevo, Nueva York estaba a la vanguardia, con Frazier representando perfectamente todo aquel microcosmos de amante de la música, las salidas nocturnas (muy jugosas para la prensa), los costosos abrigos de visón, los coches llamativos, la ropa más estrafalaria y el éxito afroamericano, siendo patrocinado además por la marca alemana Puma y llevando sus zapatillas.

Sin embargo, fue de nuevo Willis el que se llevó el MVP en las Finales, marcadas por la veteranía de sus participantes, con todo el quinteto de los Knicks (con Jerry Lucas, otro gran nombre llegado un año antes) por encima de la treintena y unos rivales, de nuevo los Lakers, que arrastraban los 36 años de Chamberlain y casi los 35 de West. Reed solo necesitó 16 puntos y 9 rebotes para llevarse el trofeo, que bien podría haber sido para Frazier (16,6+6,8+5,2). La victoria esta vez fue en el Forum angelino, pero constató el fin de una era y el inicio de unos años en los que las audiencias televisivas se tambaleaban con campeones menos carismáticos (Warriors, Blazers, Bullets, Sonics...) que daban relevo a lo viejo y servían como preludio a la llegada de Magic y Bird. Y David Stern, claro. Y todo lo que ello supuso, aunque esa es otra historia que será contada en otra ocasión.

En el corazón del Madison, el centro del mundo en aquellos años, solo hubo lugar para la nostalgia. Las Finales del Este de 1974 supusieron el adiós de Willis, y Holzman siguió ligado a una franquicia, en la que la magia se había acabado. En esos dos anillos estuvo, por cierto, Phil Jackson, lesionado en el primero pero no en el segundo, y consiguiendo los dos primeros campeonatos de su cuenta particular, que sigue liderando por encima de todo y de todos. El Maestro Zen siempre ha tenido a Holzman como a una de sus referencias, fijándose en la independencia que les daba a los jugadores en ciertos aspectos del juego, en su trato con la prensa, y su capacidad para imponer disciplina, con cosas tan básicas como llegar puntual a los entrenamientos, algo no tan común por aquel entonces. Jackson trasladó mucho de lo aprendido a su etapa como entrenador, pero ni siquiera su eterna (y eternizada) figura, fueron capaces de enderezar el rumbo de una entidad que camina sin saber adónde va, con un tupido velo que provoca andares a ciegas que estuvo muy lejos de resolver el tío Phil, cuyo legado se basa exclusivamente en su etapa como entrenador. Y como filósofo, tal vez. Pero nada más; y, desde luego, no como directivo.

Esos fueron los Knicks campeones. Tuvieron ramalazos con Bernard King en los 80 y soñaron con Pat Ewing en pista y Pat Riley en el banquillo, rozando las Finales de 1994 en una década en la que revitalizaron su conexión con el público, una que es inexistente hoy en día. De esos Knicks ya no queda nada: ni Holzman, fallecido en 1998, ni Frazier o Reed, cuyo recuerdo se reduce a dos camisetas retiradas en lo más alto del Madison, una construcción extraordinaria que no sirve más que para eso, para ser extraordinaria. Es la cuarta edificación con ese nombre en la ciudad, pero nunca ha sido tan inservible baloncestísticamente hablando, más allá de representar algo hermoso a la vista. De hecho, en el Madison hoy, puedes ver de todo menos baloncesto. Bueno, ni a Woody Allen, vetado de la zona VIP por sus escándalos sexuales allá por 2013.

En definitiva, nunca una frase ha sido tan aplicable ni a tenido tanto sentido como esa que hemos mencionado, si lo recuerdan, al inicio de este texto. Nos hemos hartado de escribir de la deriva de estos últimos años y la mala gestión de un James Dolan cuya salida de la franquicia se antoja más que necesaria. Era ya hora de recordar que, aunque hace mucho, los Knicks fueron el corazón de una ciudad que lideraba los cambios de un país, con tintes revolucionarios, a la vanguardia de la cultura, la moda y el progresismo social, con el Madison Square Garden como bandera y el anillo de campeón luciendo en uno, y hasta en dos dedos. Del resto, poco podemos decir más allá de eso que todo el mundo sabe. Que todo tiempo pasado fue mejor. Y en los Knicks, más que en ningún otro sitio.